Para la señora Rocío, de 63 años, participar en la elección judicial era un tema prioritario desde hace meses, ya que, afirma, “como ciudadana, estoy harta de la manera en la que se ha manejado el Poder Judicial“. Por esa razón, reconoce, elaboró con anticipación el ‘acordeón‘ con el que se guiaría al votar este 1 de junio, en la elección de los nuevos jueces y ministros de Chalco, su municipio de residencia, en el Estado de México.
Sin embargo, este domingo, día de la elección judicial, de forma imprevista tuvo que acudir a su lugar de trabajo, un edificio de oficinas administrativas ubicado a un costado de Viveros, en la capital del país, y eso la obligó a modificar su plan, por lo que en vez de votar en la casilla correspondiente a su domicilio, decidió acudir a la casilla especial instalada en la sede central de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, para poder votar, al menos, por los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
“De todas formas traigo mi acordeón –dice, sonriente–. Yo ya quiero que haya un cambio, porque tengo un sobrino que está recluido desde hace 11 años, que fue torturado, con muchas arbitrariedades (en su proceso penal), con muchas inconsistencias en los expedientes, por eso yo sí quiero y confío en un cambio en el Poder Judicial, porque agarran al que quieren agarrar, al más necesitado, al que no tiene para pagar, y no se vale. Yo soy mamá y soy abuelita, entonces, hacemos esto sobre todo por los jóvenes.“
Durante el recorrido realizado, no obstante, la juventud apenas y hace presencia tanto en esta casilla especial, como en otras casillas básicas aledañas que han sido instaladas en la colonia Florida, de la alcaldía Álvaro Obregón, en donde la gran mayoría de quienes asisten a las urnas son personas entradas en canas, todas con acordeón en mano.
Entre ellos está don Carlos, de 74 años, quien es enfático al defender el uso de esta herramienta: “Yo no le llamo acordeón, porque a ese término le han dado muy mala prensa, es mi ‘ayuda de memoria’, porque hice un análisis muy cuidadoso de las biografías de los aspirantes, de sus trayectorias y de las respuestas a las preguntas que les hicieron quienes seleccionaron a los candidatos, y también chequé varias páginas de internet, para conocer algunos de los antecedentes que publicó la prensa, pero a esta edad no me puedo aprender yo tantos números (asignados a cada candidatura), por eso necesito esta guía.”
Don Carlos tarda diez minutos en marcar las boletas, luego de ingresar en este centro de votación, que inició sus operaciones con 40 minutos de retraso, debido a la impuntualidad de uno de los ciudadanos seleccionado como funcionario. A dos cuadras de ahí, en contraste, la docena de personas que hace fila afuera de la casilla instalada en un colegio particular ve el reloj marcar las 10:45 horas, sin que nadie pudiera emitir su voto, debido también a la inasistencia de una funcionaria ciudadana.
Esta casilla sólo logra entrar en operación hasta que la señora Martha, de 76 años, una de las vecinas que acudió a depositar su voto, acepta voluntariamente suplir al funcionario faltante. “Yo dije ‘bueno, participo, pero pónganme en algo en lo que no ocupe mis ojos, porque ya no veo bien”, cuenta ella, tras recibir una capacitación de cinco minutos.
–¿Y qué cargo va a ocupar en esta casilla? –se le pregunta.
–Voy a ser escrutadora –responde, con orgullo.
También al sur de la Ciudad de México, aunque en la casilla instalada en el mercado San Pedro Mártir, de la alcaldía Tlalpan, la gente adulta mayor es la que asiste con más frecuencia a emitir su voto, lo que inevitablemente hace más notoria la presencia de un hombre joven, que viste short y playera tipo polo, que forma parte de un operativo de movilización de votantes.
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Con tranquilidad, el joven aborda a a una señora que acaba de salir de la casilla y ella, sin mostrar sorpresa, extrae de un bolsillo su teléfono celular, despliega en la pantalla las fotos que tomó a las boletas electorales que acaba de marcar, y las muestra como prueba de que su voto fue el acordado.
El joven da su asentimiento, le devuelve el aparato a la mujer y luego la hace posar para un retrato, exhibiendo junto a su rostro la imagen de su boleta.
“Somos de un grupo que buscamos justicia en ciertas cuestiones”, explica esta votante cuando, con discreción, se le pregunta por qué tuvo que mostrar sus boletas marcadas. No obstante, rechaza identificar a dicho grupo.
–¿Y en esa agrupación le pidieron tomar fotos de sus boletas marcadas?
–Sí, porque vamos a hacer como un collage con esas fotos, para que todos veamos que estamos en la línea que debemos… –responde, sin explicar cuál es esa ‘línea’.
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Otro de los vecinos de esta zona, no obstante, ofrece su versión sobre la escena presenciada.
“Desde febrero aquí opera una organización que se hace llamar Primero de Junio –explica–, que está integrada por los operadores de Morena que antes trabajaban en labores de afiliación, y ahora su tarea es estrictamente electoral: primero llamaron al voto y ahora verifican su participación.”
Para la votante que tuvo que mostrar prueba de que estaba en la línea debida, aun así, este ejercicio de vigilancia del voto no representa molestia alguna, ya que, afirma, “aquí la gente pierde a sus hijos de forma violenta y cómo los defienden los ministros, no es justo, por eso estamos aquí”. Luego parte, satisfecha, con la bolsa de mandado colgando de una mano y una bolsa plástica con nopales, pendiendo de la otra.
Si bien el sentir más común entre las personas que participaron este 1 de junio en la elección judicial es de satisfacción con este ejercicio, también hay quienes acuden a las urnas, inconformes con este nuevo sistema que somete la selección de juzgadores al voto popular.
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Una de ellas es la abogada y maestra universitaria Andrea Medina Rosas, dedicada a la defensa legal de los derechos humanos de las mujeres, “sobre todo el derecho a una vida libre de violencia”, subraya.
“Como litigante –detalla–, yo conozco bien las deficiencias del sistema de justicia, la gran corrupción, la lentitud, y creo que es importante hacer una reforma, pero esta es la peor forma de hacerlo. Porque se ha trabajado por mucho tiempo y se han invertido muchos recursos para crear la carrera judicial, es decir, un mecanismo para que los operadores del sistema de justicia se formen profesionalmente, que haya elementos para medir su desempeño, y la elección judicial lo echa todo abajo.
“Ahora –añade– la justicia será para el mejor postor. Imaginemos eso en la justicia local, por ejemplo, que es la que atiende los casos de violencia familiar, de violencia sexual, de conflictividad social para garantizar la paz. Estoy asustada”.
–¿Por qué decidiste participar? –se le cuestiona.
“Porque yo creo que la democracia es paso a paso –concluye, con voz calma– y éste es el pequeño margen que nos dejaron como ciudadanos y ciudadanas, y hay que usarlo. No podemos dejar estas decisiones en el aire, la democracia se construye uno a uno. Así que aquí estoy, a pesar de lo terrible que me parece este proceso.”
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