
En México, el 56 % de los deportistas han experimentado al menos una vez violencia psicológica o sexual por parte de sus entrenadores, revela la encuesta Violencia Interpersonal en el Deporte Mexicano.
Pero no solo eso, pues de acuerdo con los datos preliminares de este estudio en el que participó una muestra de 2 mil 264 atletas, dos de cada diez deportistas también han sido violentados psicológicamente por sus propios compañeros de equipo o disciplina.

“Muchas veces hablamos de violencia, pero no de tasas reales de violencia porque no tenemos un indicador real de nuestro país”, subrayó Jeanette M. López-Walle, profesora-investigadora de la Universidad Autónoma de Nuevo León y líder del proyecto.
“Cada vez vemos más que (esta violencia) se visibiliza en programas, en películas, en series y demás, pero no hay un conteo real por lo que es necesario hacerlo”, agregó.
Si se observa a detalle los primeros datos obtenidos de esta encuesta —la primera en su tipo en el país— se advierte que el 30.9 % de los entrevistados dijeron haber sido víctimas de violencia psicológica por parte de sus entrenadores; el 25.7 % de violencia sexual y el 9.2 % de violencia física.

Ahora, si se revisan los resultados de estas violencias entre los compañeros de equipo o disciplina se advierte que el 23.2 % de los entrevistados señaló haber sido violentado psicológicamente; el 6.5 %, víctima de violencia física y el 3.9 %, víctima de violencia sexual.
“Hicimos dos grandes distinciones entre deporte individual y deporte en conjunto y (encontramos) que donde hay más posibilidades de violencia sexual es en el individual (…) te estoy hablando de un 54.9 % (de mayor posibilidad)… uno de los datos más relevantes, estadísticamente, desde mi perspectiva”, expuso la académica.
Aunque el levantamiento de datos continúa, pues se trata de un proyecto a tres años, la investigadora sostuvo que estos primeros resultados muestran la necesidad y urgencia de atender esta problemática a través de no solo campañas de concientización, sino también de programas, políticas públicas y adecuaciones legislativas.
En agosto pasado, Animal Político dio a conocer el llamado que hicieron deportistas de la colectiva #NiUnaAtletaMás a las autoridades para que actúen y legislen al respecto.
Y es que el hecho de que la violencia deportiva no esté contemplada en el Código Penal ha resultado en casos como el de Iztayana Gress, quien denunció discriminación y violencia psicológica por parte de su entrenador, pero cuando fue a denunciar, la carpeta de investigación que abrió la fiscalía capitalina fue por el delito de violencia familiar.

La encuesta Violencia Interpersonal en el Deporte Mexicano emplea una batería de cuestionarios entre ellos el Violence Toward Athletes Questionnaire (VTAQ), un instrumento que ya se ha aplicado en Canadá y Bélgica —pioneros en la medición de la violencia deportiva— y que evalúa tres dimensiones: la violencia física, la violencia sexual y la violencia psicológica que puede ser generada por los entrenadores, la principal figura de autoridad en el deporte, o bien, por los propios compañeros de equipo.
La violencia instrumental, aquella que más se ha normalizado y que incluye acciones como forzar a un atleta a tomar un medicamento o que compita cuando está contraindicado médicamente, es una dimensión que no se contempla en el cuestionario de origen, pero que se sumó al estudio encabezado por López-Walle.
“De nuestros primeros resultados podemos decir que esta violencia instrumental se ha entendido tanto como violencia física como psicológica. Entonces, independientemente de que la literatura maneje los cuatro tipos de violencia: física, psicológica, sexual e instrumental, en México estamos vinculando la instrumental tanto en psicológico como en el físico”, especificó.
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Actualmente esta encuesta se levanta paralelamente en otros siete países (Inglaterra, España, Noruega, Brasil, Sudáfrica, Taiwán y Australia) con el apoyo del Comité Olímpico Internacional (COI). En el caso de México, la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (Secihti), a través del programa Ciencia de Frontera, financia al equipo que realiza este estudio.
“Creo que por eso ha tenido eco este proyecto tanto a nivel del Comité Olímpico Internacional y la Secihti (porque) lo que no se mide, no se mejora”, sostuvo la investigadora.
“Que la Secihti apoye estos proyectos nos emociona mucho porque tiene que ver con la violencia, pero en el marco del deporte, la actividad física y el ejercicio (…), pues desafortunadamente muchas veces el deporte no se ve como un área de conocimiento prioritaria”, agregó.

En esta primera etapa del estudio la muestra fue de 2 mil 264 deportistas con una edad promedio de 21 años.
Se trató de atletas quienes en un 68.1 % practican deportes en conjunto y el 31.2 % individuales. El 49.3 % compite a nivel nacional, el 37.7 % a nivel local o recreativo y el 13 % internacionalmente.
El cuestionario se aplicó en línea a través de universidades estatales y, a fin de obtener una radiografía precisa, el país se dividió en ocho regiones.
Aunque la violencia deportiva no es exclusiva de una disciplina o zona geográfica, los resultados preliminares mostraron que las regiones del sur del país concentran la mayor prevalencia contra los deportistas, mientras que el norte del país es donde comparativamente se detectó una tasa menor.
Será en la continuación de este proyecto que se puedan perfilar las razones por las que los atletas del sur reportan una mayor prevalencia con respecto de los deportistas que viven en la parte norte del país.
Además, se buscará apoyo de las autoridades para que esta batería de cuestionarios también pueda ser aplicada a través del Comité Olímpico Mexicano y la muestra de deportistas de alto rendimiento sea mayor.

En entrevista, Paola Longoria, presidenta de la Comisión del Deporte en la Cámara de Diputados y raquetbolista profesional, adelantó que desde la comisión que preside se está trabajando en proponer modificaciones legislativas a fin de que los deportistas en México no vuelvan a callar casos de violencia por miedo a sus entrenadores o a perder sus becas.
“En todos los rubros, de alguna u otra manera, las mujeres somos las más violentadas y a veces uno tiene que callar. En su momento, como atleta, he tenido la oportunidad de platicar con muchas amigas que han tenido que callar… hombres y mujeres porque la violencia no solo es hacia las mujeres”, compartió la legisladora.
Recordó casos en los que hay amenazas de los presidentes de las federaciones o de las asociaciones en las que les dicen a los deportistas que si ventilan los casos no participarán en las competencias, aunque sean los mejores en su disciplina y tengan años preparándose para ello.
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Longoria explicó que ha promovido una iniciativa para establecer la obligación de crear protocolos de prevención, atención y sanción de la violencia en el deporte incluyendo lo referente al acoso, el hostigamiento, la discriminación y el racismo.
“Además de reconocer el derecho de las víctimas a recibir atención médica, psicológica y jurídica de manera gratuita”, subrayó.
“Estamos tratando, desde mi trinchera, de blindar a los atletas para que no sufran este tipo de violencia cuando están haciendo deporte, que debe ser una actividad en la que los atletas se sientan seguros, que sientan orgullo; en la que haya disciplina, esfuerzo y dedicación, no temor”, agregó Longoria.

De la muestra de 2 mil 264 deportistas que participaron en el primer levantamiento de esta encuesta, solo el 1.2 % fueron deportistas con discapacidad.
Y aunque la muestra fue pequeña, los investigadores lograron confirmar que ser deportista con discapacidad incrementa significativamente el riesgo de ser violentado principalmente por sus entrenadores.
“Es muy importante acceder cada vez más a los deportes que practican personas con discapacidad, porque desafortunadamente los resultados que vemos ahorita es que tener alguna discapacidad es un factor de riesgo, pues potencia el hecho de ser violentado en un 77.9 %”, alertó López-Walle.

La investigadora informó que en los siguientes levantamientos de datos se convocará a más deportistas con discapacidad a que participen, a fin de obtener una radiografía más completa y con base en ello plantear estrategias para la erradicación de estas violencias.
Por su parte, Paola Longoria, presidenta de la comisión de Deporte en San Lázaro, informó que ya entabló comunicación con Liliana Suárez, presidenta del Comité Paralímpico Mexicano (Copame), para trabajar en conjunto en otras iniciativas legislativas, pero también para conocer las historias de los deportistas y poder ayudarlos.
“Me comentaba la misma directora ‘es que diputada, muchos no quieren hablar por miedo de que haya represalias’, entonces les digo, ‘no, este es el momento de hacer esta unidad juntos para trabajar y que ellos estén más cuidados, más blindados y poder cerrar todos estos canales de violencia que si no se atienden el miedo se normaliza’”, compartió.

Para atender y erradicar la violencia en el deporte se requiere, en primera instancia, de llegar a acuerdos institucionales y terminar con los esfuerzos aislados. Por ejemplo, los códigos de ética de cada institución, que no están armonizados.
“Tiene que haber estrategias a nivel sociocultural y mediático, pero también campañas educativas, trabajo con las familias y los medios de comunicación que a veces son ellos los que llegan a alentar ciertas conductas”, detalló Jeanette M. López-Walle.
Otras líneas de acción deben estar orientadas al impulso de proyectos comunitarios a nivel formativo y pedagógico, integrar la educación en los valores deportivos y contar con diseños curriculares transversales.
“Es decir, incluir ética, equidad de género y resolución de conflictos tanto en programas de educación física, entrenamiento, ciencias del deporte y todo este tipo de formaciones que se le da a los entrenadores (…) además de hacer evaluación continua que nos permitirá contar con parámetros para ver si vamos para arriba o para abajo”, abundó la académica.

Cuenta la leyenda que el río Santiago se tragaba las canoas de cualquiera que intentara explorarlo. Ahora, una comunidad indígena está descubriendo especies sorprendentes en sus aguas.
Nos subimos a una canoa de madera que se mecía sobre las aguas turbias del río Santiago, listos para visitar uno de los ecosistemas menos conocidos de la región amazónica.
Hasta hace poco, los científicos desconocían incluso qué clase de peces habitan esta parte del río, porque nunca había sido estudiada.
Ahora, tras dos días de viaje en buses y camiones desde Quito, Ecuador, la fotógrafa Karen Toro y yo nos acercábamos a nuestro destino: Kaputna, una comunidad indígena que ha descubierto nuevas especies de peces.
Rodeada de una selva virgen donde los jaguares, pecaríes y pumas todavía reinan con tranquilidad, Kaputna es una localidad en la ribera del río Santiago con 145 habitantes que son miembros de los shuar, una de las 11 naciones indígenas que viven en la Amazonía ecuatoriana.
A pesar de que Ecuador es considerado un punto central para la biodiversidad de peces de agua dulce, un grupo de científicos advirtió en 2021 que la falta de información sobre sus especies era “pasmosa” y que se necesitaba de manera urgente realizar más investigaciones.
Un grupo de residentes de Kaputna ha ayudado a llenar ese vacío, al descubrir una gran cantidad de peces que viven escondidos en el río, camuflados por las sombras marrones y plateadas, con bocas especialmente adaptadas para alimentarse de las rocas bajo el agua.
Gracias a los esfuerzos de monitoreo llevados a cabo entre 2021 y 2022, que combinaron conocimiento científico y tradicional, la comunidad indígena logró identificar cerca de 144 especies de peces en el río Santiago.
Cinco de ellas ya habían sido identificadas en otros países, pero nunca en Ecuador. Una de las especies todavía está siendo estudiada y podría ser totalmente nueva, de acuerdo a los biólogos que participaron en la investigación.
Algunos pescadores de Kaputna, como Germán Narankas, fueron como coautores del artículo científico que fue publicado con los hallazgos.
“Su conocimiento del territorio es esencial para descubrir las nuevas especies”, le dice a la BBC Jonathan Valdiviezo, un biólogo que participó en el análisis de muestras.
Para Fernando Anaguano, el autor principal del estudio y biólogo de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés) que acompañó a Kaputna durante todo el proceso, el estudio marca un cambio trascendental en la forma en que los científicos trabajan con y reconocen a los colaboradores locales.
“No es usual que el trabajo de la gente local sea reconocido en las publicaciones científicas”, anota.
Las leyendas locales dicen que, antes de que aparecieran los botes a motor, la gente que se embarcaba por la parte baja del río desaparecía.
Un hoyo se “tragaba” las canoas y quienes venían de fuera nunca lograban llegar a la comunidad. Esta es la razón por la que esta zona se llama Kaputna, que significa “área donde el río fluye rápidamente”, de acuerdo con quienes viven allí.
Para llegar, tuvimos que conducir durante 10 horas desde Quito hasta Tiwintza, una localidad amazónica en la frontera con Perú.
A la mañana siguiente, Germán Narankas, un pescador de Kaputna, nos esperaba en la terminal de buses con su red de pescador que llevaba en la espalda.
“Hoy el calor va a ser infernal. No ha llovido en tres días”, nos advirtió, mientras se arremangaba para evitar quemarse con el sol. A las 09:00, la temperatura ya era de 35°C (95°F).
Emprendimos en camión un trayecto de 40 minutos hasta el puerto de Peñas, en el río Santiago, donde nos esperaba amarrada la canoa de Narankas, moviéndose por la fuerte corriente del río.
Las canoas equipadas con motores a gasolina, conocidas como peque-peques, son el único medio de transporte para llegar a Kaputna.
Narankas conoce el río Santiago como la palma de su mano. Incluso antes de hacer parte del proyecto de monitoreo científico, estaba familiarizado con los distintos tipos de peces que habitan el río.
En 2021, cuando comenzó el proyecto, aprendió a identificar las diferencias entre las especies y comenzó a llamarlas por sus nombres científicos.
El hombre recuerda que en 2017 vio una señal. Para los shuar, el río es más que un cuerpo de agua o una vía de acceso. En sus riberas se acostumbra a realizar el ritual de la ayahuasca, en el que se consume la planta también conocida como yagé. Los shuar creen que las visiones que esta produce revelan el futuro y guían las acciones de quienes la toman.
“Tuve sueños de que iba a cambiar el sistema. En las visiones, había un hombre que viajaba a otros países, y era yo, viajando con este proyecto. No lo sabía entonces”, dice.
Cuatro años más tarde, en 2021, los investigadores de la oficina de la WCS en Ecuador le pidieron ser parte del estudio enfocado en el descubrimiento de la biodiversidad del río Santiago.
Narankas y otros miembros de la comunidad recolectaron peces, les tomaron fotos y las subieron una aplicación llamada Ictio junto a otros datos importantes como la ubicación donde los habían capturado, el equipo de pesca que habían utilizado y las características de los animales.
“Había por lo menos tres de esos peces que nunca había visto en mi vida”, dice.
Durante el recorrido por el río, el sonido de los grillos ahogaba bajo el ruido del motor. A medida que nos interábamos en la selva, el agua se iba volviendo más cristalina.
“Hemos llegado al río Yaupi”, anunció Narankas. El Yaupi es uno de los afluentes del río Santiago, donde también se tomaron algunas muestras.
Este es el lugar de pesca favorito para los locales, porque las aguas son cristalinas y están libres de los residuos de la minería que han contaminado muchos otros ríos en la región del Amazonas.
En medio del follaje selvático, se divisan las banderas de Ecuador y Perú.
Narankas, su hermana Mireya y su hijo Josué se lanzaron al agua para pescar.
El pescador lanzó su red con todas sus fuerzas al río y luego la fue recogiendo lentamente para ver qué había logrado sacar: un pez al que él llama “carachama”, de unos 10 cm de largo.
Pertenece a la familia de los Loricariidae y esta especie en particular se llama Chaetostoma trimaculineum: un pez marrón, con algunas manchas oscuras y una boca redonda.
“Cerca de aquí encontramos una especie de pez que [los investigadores] dijeron que nunca había sido estudiado. Era muy parecido a esta carachama”, explicó Narankas.
El pez en cuestión era el Peckoltia relictum, una especie nueva en Ecuador. Mide aproximadamente 15 centímetros y usualmente se adhiere a las rocas.
Su boca es como una copa de succión y, en vez de escamas, tiene una especie de placas, una característica que distingue a las carachamas (Loricariidae).
Durante la investigación, Narankas y sus colaboradores también se llevaron algunos especímenes a una habitación en Kaputna, que funcionaba como un pequeño laboratorio donde medían y pesaban a los animales, les removían partes de sus tejidos con un bisturí y los preservaban en formaldehído.
“Fue muy emocionante aprender y recolectar información. Me siento un poco como una científica”, le cuenta a la BBC Liseth Chuim, una pescadora que hizo parte del monitoreo.
“Tomábamos un pedazo de su carne y le cocíamos un sello con su nombre y un número”, explica Johnson Kajekau, otro residente de Kaputna que apoyó al equipo de monitoreo.
Uno de los peces que más recuerdan los tres es una especie de bagre que medía más de un metro. También, uno que tenía la “panza amarilla” y otro de color plateado.
El biólogo de la WCS Fernando Anaguano y sus colegas se encargaron de recolectar las muestras y llevarlas a laboratorios en Quito.
Para los biólogos, la colaboración con los locales les permitió desbloquear un ecosistema que era un misterio para las personas de fuera de la comunidad.
“La cuenca del río Santiago es una de las menos exploradas. Hay muy pocos estudios que detallen la diversidad de peces que hay en ese lugar”, explica Anaguano, quien ha estado investigando peces de agua dulce por más de una década.
Lo atribuye a lo remoto de la región, las dificultades que había en el pasado para llegar hasta allí y también a que los peces de agua dulce con frecuencia han sido dejados de lado por los investigadores. Por lo general los investigadores se enfocan en grupos más “carismáticos” de animales, como los mamíferos o los pájaros y, cuando se estudian peces, por lo general se trata de especies marinas.
Sin embargo, señala Anaguano, los peces de agua dulce juegan un rol fundamental en los ecosistemas acuáticos y son fuente de alimento y recurso económico para las comunidades indígenas.
Hasta ahora, en investigaciones previas, se habían registrado cerca de 143 especies en un área extensa que incluye al río Santiago y sus afluentes por debajo de los 600 metros de altitud. Se le conoce como “zona ictiográfica de Morona Santiago” y tiene un área de 6.691 kilómetros cuadrados.
En comparación, el estudio con la comunidad Kaputna identificó un total de 144 especies en un área de apenas 21 kilómetros cuadrados dentro de esta zona. De esas especies, 77 no habían sido reportadas en las investigaciones anteriores del área de Morona Santiago.
La diversidad hallada en el estudio representa el 17% de todas las especies de peces de agua dulce en Ecuador (836) y el 20% de las registradas en la Amazonía ecuatoriana (725). Esto es un porcentaje muy significativo, considerando que el área de estudio donde estas especies fueron halladas es muy pequeña, según destaca Anaguano.
De hecho, la diversidad piscícola en la región amazónica es enorme.
Sus cuencas, localizadas en Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia, Brasil, Venezuela, Guyana y Surinam, tienen la mayor variedad de peces de agua dulce del mundo. Se han registrado hasta ahora 2.500 especies y se estima que hay miles más por descubrir.
Esos ríos también son el hogar de la migración más larga en el planeta: la del bagre dorado, que viaja por cerca de 11.000 kilómetros entre las estribaciones de los Andes hasta los estuarios del Amazonas, en el océano Atlántico.
Sin embargo, los peces de agua dulce como los de la Amazonía están gravemente amenazados. Según el informe del Índice Planeta Vivo (IPV) sobre peces migratorios de agua dulce, sus poblaciones han disminuido un 81% en los últimos 50 años. Y solo en Latinoamérica, incluso más: un 91%.
Anaguano explica que, más allá de la contribución de los peces para mantener el equilibrio de la vida en el planeta, estos animales forman parte de la cultura y la cosmovisión de los pueblos indígenas.
La seguridad alimentaria es otro problema. “Los peces son fuente de proteína de las comunidades locales”.
Por eso, a través de este tipo de investigación que incluye la perspectiva de los pescadores, buscamos no solo conservar los peces sino también garantizar la sostenibilidad de la pesca a largo plazo”, añade Jonathan Valdiviezo, biólogo del Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio), donde se procesaron y almacenaron las muestras del estudio.
Para Valdiviezo, que tiene más de 17 años de experiencia trabajando con peces, uno de los puntos cruciales del proceso fue la capacitación que recibieron los pescadores de Kaputna para etiquetar correctamente las muestras.
“Eso nos ayudó a evitar problemas al registrar la especie y confusiones”, afirma.
Aun así, el descubrimiento estuvo lleno de giros y sorpresas. Durante el análisis de tejidos, que incluyó análisis de ADN, los investigadores descubrieron que uno de los peces que creían que era nuevo para la ciencia ya había sido descrito en 2011.
“Cuando nos dimos cuenta de que esta especie era muy rara, extrajimos ADN de un pequeño fragmento de músculo”, explica Valdiviezo. Luego, compararon los resultados con el tejido de otras especies relacionadas registradas en su base de datos.
“Es similar al proceso que se utiliza para determinar la paternidad”, explica el biólogo. Ante la duda, enviaron una muestra a Canadá, donde confirmaron que se trataba de un ejemplar de Peckoltia relictum, un pez ya conocido.
Sin embargo, se trataba de una especie nueva para Ecuador, al igual que otras cuatro descubiertas como parte de esta investigación.
Ambos investigadores creen que aún queda una gran cantidad de especies por descubrir en las turbias aguas del Santiago. Por ahora, dice Valdiviezo, siguen analizando uno de los bagres encontrados, ya que creen que se trata de una especie nueva para la ciencia.
Su principal característica es que tiene rayas negras por todo el cuerpo. Anaguano comenta que esperan publicar un segundo artículo, coescrito por los pescadores de Kaputna, este año.
Sentadas en Kaputna al atardecer, bajo un cielo estrellado, le preguntamos a Narankas qué significaba para él ver su nombre en el artículo publicado. Se le llenan los ojos de lágrimas.
“Me siento orgulloso”, explicó sonriendo.
Pero el impacto ha sido aún más profundo. Después de esta experiencia, en agosto de 2025, el joven de 34 años regresó a la escuela secundaria. En un año y medio espera graduarse y luego estudiar biología para seguir desvelando los secretos del río Santiago, cuya historia de descubrimientos científicos apenas comienza.
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