
Si Mafalda cuando despierta todas las mañanas silencia con su “cuesta juntar ánimos para bajar al mundo”, Nina grita desde la azotea con todas sus fuerzas “¡¿Acaso nadie más se da cuenta?!” En la ciudad nadie se percata que las máquinas ruidosas han invadido todos los hogares del planeta. El estruendo de mil aspiradoras se volvió tan normal como bañarse o comer cereal. Los ruidos insufribles de esos artefactos pueden volarle la cabeza a cualquiera pero la estupidez adulta provoca los sonidos más terribles y siniestros del mundo.
¿A quién le gustaría tener un diálogo de sordos?
Nina Complot (Almadía) es una niña de 11 años, con espíritu punk e imaginación infinita, que tratará de salvar al mundo de una banda de temibles y misteriosos pajarracos que celebran y se alimentan de los disparates adultos: la tía Lucy vacía los saleros en la sopa, el primo Edgar mezcla las croquetas de perro con piedras o la madre de Nina compra veintinueve artículos inútiles en el supermercado.
Karen Chacek, autora de este relato deslumbrante, trasladó no sólo ciertos episodios de su infancia a la vida cotidiana de Nina, sino también su personalidad rocker y contestataria. La escritora dice que desde que era niña el ruido siempre ha rondado por sus oídos, como una mosca de esas grandes y negras, que zumban y zumban y zumban sin fin, que no dejan trabajar o concentrar, y que es imposible estar en paz hasta matarla.
La pequeña Karen le cuestionaba todo a su madre, a “grito pelado” le decía: “por qué aspiras siempre la casa cuando llego de la escuela o por qué usas la licuadora diario con esas aspas que rechinan y provocan un dolor de muelas, o es necesario prender la secadora de cabello cada vez que sales de bañarte”…
“Hay muy poca conciencia sobre el ruido, estamos habituados a los sonidos fuertes, a que es normal y no es normal vivir en el griterío. El ruido te nubla la cabeza, no te permite pensar con claridad. Creo que cuando hay un ruido muy potente nos paramos en automático porque no podemos reflexionar, no puedes escuchar tus propios pensamientos”.
En esta historia emocionante, las palabras son lanzadas como si fueran dardos que van directos a la yugular, no hay respiro. Es un relato que al terminarlo de leer provoca de inmediato buscar el silencio: salto al vacío, viento marchito. Las ilustraciones surrealistas de Abraham Balcázar, invitan a la ironía y a mundos casi imposibles. Nina Complot es la perfecta combinación palabra-trazo: ruido de pájaros a la orilla del tiempo.
-¿Por qué esta actitud punk de Nina?
Esa si es una aportación personal, si tiene mucho de mí. Desde chavita siempre fui contestataria, cuestionaba muchas cosas. Mi mamá me decía ‘ya deja de hacerte preguntas y de complicarte la existencia, por qué me preguntas eso’. Me acuerdo que a los 11 años le decía ‘mamá no puedo dormir porque cómo puede ser que el universo es infinito, cómo algo puede ser infinito’ =/&%$¿’¡+*… Mi mamá le chocaba que la despertara en la madrugada.
-¿De dónde sale esta idea de combinar literatura-rock?
Lo he experimentado a lo largo de mi vida. Son las cosas que me acompañan siempre: el juego, la literatura y la música. Son mis fieles amigos. Soy aficionada al punk y al metal, un poco jajaja… Me gustan bandas como The Clash, Madness, The Cure, Jane’s Addiction, Tool.
-Comentas que algunas situaciones de tu infancia las trasladas a Nina Complot, pero también cosas que te sucedieron hace unos años…
Fue en mi exdepa de la Condesa. Yo viviá en la planta baja y la señora escandalosa en el departamento de arriba. Era una mujer grande que tenía siete pericos de gran formato, enormes y gritones. Nunca le reclamé, cómo le voy a decir algo a una señora que tenía 80 años y los pericos eran su única compañía. Lo sabía, porque como trabajo en casa, sabía mas o menos el movimiento de mis vecinos. Me consta que nadie visitaba a esa pobre mujer y que su única compañía eran esos pericos ruidosos. Cuando le entraba angustia, lo que hacía era prender aparatos y su vieja aspiradora. No sé si las vibraciones la acompañaban porque escuchaba muy mal, tenía un problema de sordera.
-¿Cómo fue el proceso de trabajar con el ilustrador y el editor?
En verdad fue una cuestión democrática. Participamos los tres en las decisiones y la idea era que por unanimidad se quedaran las ilustraciones. Si había una imagen que a mí me gustaba y a Carlos no, pues lo convencía. Abraham traía imágenes que siempre me agradaban por eso casi no hubo problema con él. Si había algo en que no estábamos de acuerdo, lo platicábamos y encontrábamos un punto medio. Hacíamos siempre el ajuste necesario y en este sentido fue una experiencia muy rica.
-En la presentación se habló de una serie Nina Complot, ¿Te gustaría una saga?
Originalmente la ideamos con esa intención de crear una serie porque los personajes se prestan a un montón de situaciones. Como sea Nina es una niña que denuncia muchísimas cosas en las que el adulto no está consciente que está afectando a los niños. Son cosas muy cotidianas. Es un personaje que da sacudidas para crear conciencia en el niño en cuanto que tiene una voz y tiene derecho a exigir que no lo traten mal o maltraten su mundo.
Kibutz, cine y el ejército
Karen Chacek era una niña introvertida, llena de preguntas sin respuestas. Cuando llegaba a casa de la primaria, con ese uniforme verde bandera y su mochila de piel que pesaba más que ella, tomaba una llave dorada que se colgaba en el cuello, como si fuera un collar mágico, que era capaz de abrir cualquier puerta, y se preguntaba ¿Qué mundo será hoy? mientras giraba la llave para entrar a su habitación. Karen se la pasaba toda la tarde contando historias, su juego favorito.
Su mamá cuando caminaba por el pasillo se asustaba muchísimo porque escuchaba a su hija hablar sola y platicar con seres extraños. Al poco tiempo, le compraron comics “entretenidos pero espantosos” como La pequeña Lulú o Susy, secretos del corazón. Eran muy rosas para su incipiente carácter punk. No encajaban para una niña que adquirió su primer cassette en 4to. de primaria de una banda llamada Queen.
Con sus ojos verdes de ultramar, Karen confiesa que en su familia no se leía mucho, sólo el periódico en el desayuno y nada más. Luego de las historietas inofensivas, pudo leer cosas más atractivas como Spiderman. Hasta que a esa edad de los 10 años, una tía que sí devoraba libros le regaló un paquete de tres clásicos: Mujercitas, Corazón y El Principito.
“Wuaoo me volé con Mujercitas, con todo y la niña punk me pareció una maravilla, con Corazón lloré y de ahí seguí. Todas las lecturas que me dejaban en la escuela las leí e iba a la biblioteca por mi cuenta y sacaba libros. Claro, no todo era ñoñés, me encantaba jugar quemados y Kickball en el patio de la escuela”.
A los 18 años, Karen no sabía qué hacer con su vida. Luego de estudiar la prepa en el Colegio Hebreo Tarbut, sentía que estaba atrapada en una burbuja que no le permitía ver más allá, quería salir al mundo real y no sólo tener un entorno de la comunidad judío-mexicana. Así convenció a su familia de ir a un voluntariado y trabajar en un Kibutz: una comuna agrícola-industrial-ganadera en Israel, donde se labora para pagar hospedaje y comida.
A la distancia, Karen dice que fue una experiencia rica pero faltaba algo más… Como la posibilidad de enrolarse al ¿¡Ejército!? En Israel se inscribió a un programa de preparación para extranjeros y semanas después se dio cuenta que tenía severos problemas con la autoridad y que no le gustaba obedecer órdenes, por lo que desertó y huyó a Los Ángeles, California, a vivir una temporada a la casa de la tía de un amigo.
La idea original de ese viaje era salir como sea de casa y buscar otros horizontes. Karen regresó de Estados Unidos y seguía atrapada en su laberinto verde. La vida no le ofrecía nada. Era 1990. En pleno grunge, decidió apostarle a comunicación, veterinaria y derecho, lo dejó un poco al azar. Optaría por la primera carrera en la que fuera aceptada: comunicación en la Iberoamericana le abrió las puertas y ahí descubrió su profesión.
“En mi clase de Cine I, supe que mi vocación era ser una cuenta historias. Porque tenía que contar historias a partir de fotografías, a partir de videos. De pronto descubrí el guión y dije me gusta esto de escribir historias. Sin embargo, el cine se quedó muy limitado, porque me decían que mis historias estaban increíbles pero no se podían producir. Me sentía muy frustrada y empecé a colaborar en revistas, a escribir mis primeras historias y así nació Nina Complot”.
-¿Cuál fue tu complot o travesura más arriesgada que hiciste de niña?
No fue un complot, pero me castigaron durísimo. Cursaba 4to. de primaria y Anni, una de mis mejores amigas, me dijo a la salida ‘vente a jugar a la casa’ y su casa era tan divertida que no me negué: los sillones de la sala eran maravillosos para saltar, había escaleras que te llevaban a ninguna parte, el sótano estaba saturado de cascarones vacíos de TV, era divertidísima. Y me dije ‘por qué tengo que regresar a mi casa si nadie me hace caso’. No me subí al camión del colegio y me fui con mi amiga, me pareció que era natural. Pero fue el acabose. Mi mamá fue a la escuela a buscarme como loca y claro que no estaba. Tuvieron que rastrearme para saber donde carambas se había ido esa niña. Esa noche no me dieron de cenar y mi madre me aplicó la ley del hielo varios días.
-¿Cuál es el gran reto de escribir relatos para niños y adultos?
Como autora estoy muy consciente de que el niño está sobre estimulado, está muy mal acostumbrado por los artefactos multimedia a su alrededor, su entorno es muy diferente a lo que fue mi infancia, por ejemplo. Hay que capturar continuamente su atención. El niño es muy honesto. El adulto pagó su libro y si las primeras hojas no lo atrapan, no cierra el libro y hace otra cosa. Dice ‘pagué 270 pesos por este libro, le voy a dar chance otras 10 páginas a ver si mejora’. El niño no tiene esas consideraciones, si a los tres renglones la historia no lo atrapó, cierra el libro y se pone a jugar.
-¿Cuál es diferencia sustancial entre tu primer libro Una mascota inesperada y Nina Complot?
Es una diferencia abismal. Porque el primer libro es un álbum de niños. Nina Complot por cosas del destino llegó el señor Daniel Goldin, que es la máxima autoridad de literatura infantil en el país. Llegué a su oficina justamente con esta historia y me dijo ‘querida, no tengo idea qué hacer con esto pero vamos a sentarnos a trabajar’. Por año y medio estuve trabajando historias con este gran hombre, me estuvo ‘tutoreando’, algo vio en mí y dijo pues juguemos. Con él descubrí realmente el universo de la literatura infantil. Para mi fue una aventura increíble, porque cuando escribes para niños escribes desde tu niño interior. Nunca dejamos de ser niños. Una cosa es que tengas a tu niño despierto y otra cosa que seas un infantil toda tu vida.