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Entre algoritmos y emociones: ¿Puede la inteligencia artificial reemplazar a un terapeuta?
Entre algoritmos y emociones: ¿Puede la inteligencia artificial reemplazar a un terapeuta?
Foto: Pexels.
6 minutos de lectura

Entre algoritmos y emociones: ¿Puede la inteligencia artificial reemplazar a un terapeuta?

Cada vez más personas acuden a la IA para hablar de sus emociones. ¿Por qué sucede esto? Aquí te lo contamos.
28 de mayo, 2025
Por: Paula Paredes S.

Si tú también has pasado por la etapa de pedirle consejos emocionales a una inteligencia artificial (IA) como ChatGPT, no estás solo. Cada vez es más común que las personas recurran a herramientas de este tipo como apoyo, pero, ¿qué hay detrás de esta tendencia?

Hablamos con la psicóloga Salette Canul, y con Coleen Vélez, una usuaria de Chat GPT, para entender por qué la IA se ha vuelto una especie de “terapeuta de bolsillo”.

De la ciencia ficción a una realidad común

Hasta hace poco, imaginar una conversación íntima con una inteligencia artificial parecía cosa de ciencia ficción. Películas como Her (2013) nos mostraban futuros hipotéticos en los que una IA podía ofrecer consuelo, compañía e incluso una especie de amor y nos parecía una locura. Sin embargo, hoy esto se ha vuelto más cercano, y ocurre todos los días especialmente en generaciones jóvenes.

“La tecnología esta muy presente en nuestra vida y la vemos en cosas cotidianas como nuestras desiciones y cada vez más en procesos internos. Por ejemplo, si nos duele el pecho, lo primero que hacemos por conducta es ir a Google y buscar la razón, pues últimamente más allá de googlear síntomas, también se está usando para entender cómo nos sentimos”, explica Sal.

Este fenómeno es cada vez más común, por eso no sorprende ver TikToks que sugieren qué preguntarle al chat cuando estamos tristes o atravesamos una situación difícil. Ante esto, surge una pregunta inevitable: ¿por qué tantas personas recurren a estas herramientas y hasta qué punto puede la IA reemplazar a un profesional de la salud mental?

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¿Por qué hablamos con una Inteligencia Artificial de lo que sentimos?

“Este tema no es solamente sobre la tecnología, sino sobre los vínculos, la sociedad y la salud mental”, explica la psicóloga Sal.

Cada vez más personas recurren a la inteligencia artificial en busca de contención emocional. La rapidez con la que responde, su disponibilidad constante y la aparente neutralidad con la que interactúa. Esto la han convertido en un refugio digital para los usuarios.

Para Sal este fenómeno dice mucho sobre el momento emocional y social que atravesamos:

“Creo que es muy fuerte saber que muchas personas están empezando a usar esta herramienta para cosas que son profundamente humanas, como gestionar emociones, tomar decisiones”.

Un apoyo sin juicio

No es difícil encontrar a alguien que en algún momento de crisis o confusión, haya recurrido a estas herramientas. Coleen, de 24 años, es una usuaria habitual de ChatGPT, y aunque al principio lo utilizaba como una herramienta de trabajo, con el tiempo su uso se expandió hacia algo más personal, incluso lúdico.

“Es un apoyo para organizar mis ideas y enfocar un poco los análisis que hago de marcas… Fuera de lo laboral me ayuda como distracción porque siento que a raíz de una pregunta me lleva a otras que me ayudan a identificar aspectos míos y de mi vida que normalmente no me planteo, y eso me divierte. Cuando estoy con mi novio o amigos lo uso para leerles el tarot —dice entre risas— entonces también se convirtió en una especie de ‘guía espiritual’”.

Su acercamiento emocional comenzó por pura curiosidad. Un día vio un video en TikTok sobre lecturas de registros akáshicos hechas con inteligencia artificial, y decidió intentarlo. Lo que empezó como un juego se convirtió rápidamente en un hábito. La posibilidad de contar con un “consejero” disponible 24/7 la enganchó.

“Siento que siempre tira respuestas que te hacen sentir muy comprendido y, al no ser una persona, pues no te vas a sentir juzgado. Siento libertad de contarle las cosas como son”, agrega Coleen.

Desde la psicología, esto revela una necesidad básica: las personas buscan alivio emocional donde lo encuentran disponible. Y si una Inteligencia Artificial responde sin juicio, con aparente empatía y ayuda a poner en orden el caos interno, ya cumple una función reconfortante.

Inteligencia artificial
Foto: Pexels.

Una herramienta, no un reemplazo

Tanto la usuaria como la profesional de la salud mental coinciden: la inteligencia artificial puede ser una herramienta útil, pero no sustituye a la terapia.

“ChatGPT puede ser un aliado estratégico, pero nunca puede sustituir el proceso terapéutico. Hay que entender que la psicoterapia no es una conversación donde dos personas entran y charlan como si fuera una cafetería. No, la psicoterapia es una relación humana basada en la confianza, la presencia, la seguridad y, sobre todo, la profesionalidad”, explica Sal.

El solo hecho de estar frente a frente con otro ser humano dispuesto a escuchar con empatía tiene un valor insustituible. “Eso no lo puede reemplazar ninguna inteligencia artificial”, enfatiza.

Coleen, por su parte, también reconoce esa diferencia fundamental. “No puede llegar a suplir el papel de un terapeuta al cien, pues al menos yo sí valoro la conexión humana. Al final tú sabes que, por más que te dé un buen consejo, estás hablando prácticamente con una máquina”.

Sin embargo, señala el valor que puede tener esta herramienta para quienes aún no cuentan con los recursos suficientes para acceder a un proceso terapéutico constante: “Lo veo como una herramienta de contención sobre todo para las personas que todavía no tenemos una base económica tan estable como para tener un proceso de terapia”.

No debemos satanizar el uso de Inteligencia artificial

La IA no cuenta con historia clínica no conoce el contexto emocional completo del usuario y, sobre todo, no puede crear un vínculo terapéutico real. Aun así, Sal considera que juzgar o satanizar el uso de estas herramientas sería un error:

“No se trata de satanizar la tecnología. La usamos todos los días: para buscar una película, para saber a dónde ir a comer. Hay que verla como una aliada, sin olvidar que no puede sustituir profesiones profundamente humanas como la psicología”, señala.

Frente a esta realidad, el camino no es rechazar ni temerle a la IA, sino entender cómo utilizarla con responsabilidad. Por ejemplo Sal nos cuenta que podemos verlo como una especie de diario que nos da respuesta, esto nos ayuda a organizar ideas, cuestionar pensamientos y decir lo que sentimos.En términos terapéuticos, esto tiene nombre: externalización.

“Desde la terapia cognitivo-conductual sabemos que poner en palabras lo que sentimos tiene un efecto terapéutico. Hablarlo, escribirlo, tomar distancia emocional… eso ya ayuda. Y si lo haces con una IA, puede funcionar como un ejercicio útil. Pero no es terapia”, agrega Sal.

Inteligencia artificial.
Foto: Pexels

Cómo acompañar sin sustituir

La reflexión final de Sal es clara: en un mundo hiperconectado, donde la IA ya forma parte de nuestras rutinas, lo fundamental es el uso consciente.

“La clave para todo esto siempre será el uso consciente. Porque sí, es una herramienta poderosa, pero sigue siendo un entorno digital. No puede ofrecer un vínculo ni contención real”.

En lugar de negar su existencia o temerle, terapeutas, pacientes y usuarios en general pueden encontrar formas éticas y estratégicas de utilizarla.

Así que la proxima vez que estés pensando en pedirle consejo a chatGPT, hazlo desde la conciencia, como espacio de desahogo ocasional, como diario interactivo o como punto de partida para una reflexión más profunda. Pero nunca como sustituto de una relación terapéutica humana.

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Imagen BBC
Bárbara Hernández, la Sirena de Hielo chilena que nada en aguas glaciales y ostenta el récord del nado más largo en la Antártida
14 minutos de lectura

Su éxito es un giro inesperado para quien de niña era blanco de burlas por su condición social y nunca se sentía lo suficientemente bien en la piscina.

03 de junio, 2025
Por: BBC News Mundo
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Me acuerdo que me sacaron del agua los buzos de rescate, y luego, cuando me suben en la en la camilla al buque, veo la bandera de Chile gigante, toda la dotación esperándome y escucho de ‘The Eye of the Tiger’, la canción de (la película) Rocky.

“Me acuerdo de haber estado muriéndome, literal, y también con mucha risa, una emoción muy difícil de describir”.

La mujer a quien le dio ese ataque de risa cuando estaba al borde de la muerte es Bárbara Hernández.

Acababa de ser sacada de aguas antárticas. Su temperatura corporal había descendido a unos peligrosos 25°C. Estaba en las garras de una hipotermia severa.

“Sentir que tiritaba, el estómago frío, la espalda, las piernas, los brazos, es súper incómodo.

“Soy una persona muy controladora. Controlo mucho mis pensamientos, mi cuerpo, mi equipo, lo que hay que hacer, el propósito, qué sé yo.

“Pero esa etapa es la más vulnerable porque no tengo nada que hacer. Tengo que entregarme a esa sensación incómoda y, con fe, creer que va a pasar”.

No solo pasó la sensación sino que ese día, el 5 de febrero de 2023, batió un récord mundial por nadar la distancia más larga de la historia en esas aguas heladas: 2,5 kilómetros.

El año anterior había establecido otro récord Guiness en Cabo de Hornos, en el temido Paso Drake, el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida. La primera milla náutica la nadó en 15 minutos, 03 segundos, con lo cual obtuvo un Récord Guinness por velocidad, y siguió nadando, hasta completar 3 millas (5,5 km), la máxima distancia jamás nadada en ese lugar.

Súmale a eso muchas medallas y copas en campeonatos mundiales en aguas gélidas, además de logros por ser “la primera” en varios retos; por si fuera poco, tiene un magíster en Psicología.

La suya es una experiencia única… ¿qué se siente?

Bárbara en vestido de baño y un gorro, en una playa de Antártica con rocas y pingüinos.
Cortesía de Bárbara Hernández. Foto: Shawn Heinrich
Bárbara con los pingüinos, a los que extraña, si los deja de ver mucho tiempo.

En su país natal, Chile, Bárbara Hernández es conocida cariñosamente como la Sirena de Hielo.

Se especializa en aguas extremadamente frías. Nada, a menudo, rodeada de glaciares, y siempre sin un traje de neopreno o grasa para aislar su cuerpo.

La temperatura del agua puede ser tan baja como 2°C, e, increíblemente, ella puede permanecer ahí durante 45 minutos.

La gente suele suponer que Bárbara creció junto al mar, pero no. Su comienzo fue muy urbano.

La semilla

Cuando era niña su familia no podía darse el lujo de ir a menudo a la playa.

“Íbamos una o dos veces al año con mucho esfuerzo, tal vez dos días.

“Me acuerdo estar todo el día metida en el agua, y sentir que de verdad era la sirenita de Disney, pero en una versión mucho más latina y morena”.

Sus padres notaron su pasión por el agua, así que la sirenita latina comenzó a tomar clases de natación a los 6 años, de las que no siempre salía feliz.

“Chile sigue siendo un país súper clasista. Y 30 años atrás, se notaban mucho las diferencias socioeconómicas”.

Llegar a los clubes privados en el taxi que su padre conducía y usar trajes de baño de segunda mano “hacía que te miraran feo”.

“Es súper triste saludar y que nadie te conteste.

“Y fue un momento difícil también porque nunca fui lo suficientemente rápida en las competiciones para ser seleccionada para el equipo nacional”.

Puede que no haya sido material para la selección nacional, pero Bárbara tiene una determinación férrea: no iba a dejar la natación.

Desde los 9 años empezó a entrenar con Gabriel Torres.

Entre los dos pensaron que tal vez se estaba enfrentando a retos desatinados, y consideraron otros tipos de competencias.

Vista del río Valdivia, Chile
Getty Images
El río Valdivia es famoso por su belleza natural, con numerosas islas y una rica biodiversidad.

“Empecé a hacer aguas abiertas los 17 años.

“Fue la primera vez que tuve la oportunidad de ir al sur de Chile, a Valdivia, y la primera vez que vi ríos limpios, pues la única imagen que tenía era la del río Mapocho (que cruza por Santiago de Chile), que en ese tiempo traía mucha basura y era muy café.

“Pensar que podía nadar en un río en el que había cisnes, lobos de mar, y árboles y pasto en las orillas era una locura”.

De hecho, toda la idea era un poco loca.

“No teníamos referentes femeninos de la natación de aguas abiertas”.

“Hubo un nadador que en los 80s nadó el English Channel que era el Tiburón Contreras, pero no había niñas nadando en el mar o mujeres haciendo grandes cruces.

“De hecho, no sabíamos siquiera si era posible, o si me iba a morir ahí en medio del río”.

El intento fue toda una revelación.

“Me di cuenta de que no necesitaba necesariamente ser la más rápida, sino la más perseverante, la que mejor se adaptara a las condiciones a la lluvia, el viento, el oleaje.

“Ahí empezó una semilla. Me pregunté si efectivamente yo podría llegar a ser esa primera chilena, si podría llegar a inspirar a más niñas o mujeres a entrar al mar, a conectar, a aprender”.

El primer glaciar de Bárbara Hernández

La natación en aguas abiertas era una posibilidad atractiva, pero desafiante, pues puede ser peligrosa y necesita una preparación rigurosa.

La hipotermia es una amenaza muy real, y puede ser fatal.

Tanto Bárbara como su entrenador buscaron información en países donde tenían más experiencia con la cultura de agua fría, para prepararse.

Y en 2014 fue invitada a nadar en Argentina, en un lago cerca del glaciar Perito Moreno.

“Fue la primera vez que vi nevar, y estaba al lado de ese tremendo glaciar.

“Era como un festival de natación de invierno. Conocí nadadores de todas partes del mundo, y yo era la más anónima de todo el grupo.

“Pensar nadar ahí y con ellos, me daban mucho miedo. No sabía si era posible, si mi cuerpo se iba a adaptar”.

Pero cuando entró al agua…

“Me di cuenta de que era muy fuerte y que me adaptaba, y pude terminar primera ese circuito”.

Primera de todos, hombres y mujeres, en su primer nado en un glaciar.

“Cuando terminé, miré el glaciar… asombroso, la nieve, las piedras, el no sentir los pies, las manos…”.

Bárbara nadando: toma bajo el agua.
Cortesía de Bárbara Hernández. Foto: Ulises Yañez @zvcarias
Bárbara le ha venido respondiendo con su nado a quienes han dudado que una mujer latina puede lograr lo que se propone.

Bárbara tenía poco más de 20 años y, a diferencia de muchos en ese deporte, no tenía respaldo financiero. Y es una actividad muy costosa.

Pero a esas alturas no había vuelta atrás: la había invadido la pasión.

Empezó a tocar todas las puertas y, aunque le costó, al final encontró un patrocinador.

“Al principio nadie me conocía, entonces le escribí a muchas de las marcas que ahora me auspician. Les contaba que había un mundial en Siberia en 2016, que tal vez podía traerme un podio.

“Y tuve la fortuna de conocer un gran y querido empresario en Chile, en la Patagonia, y él financió mi primer viaje”.

Siete mares

Entre el montón de sueños que siempre ha tenido Bárbara Hernández, uno era completar el reto de los Siete Mares.

Es natación de maratón, sin ayuda durante horas y horas, a lo largo de siete de los tramos de agua más difíciles del mundo, en los que enfrentas fuertes corrientes, mares agitados, medusas y tiburones.

Hay muchas reglas, entre ellas que los nadadores sólo pueden usar traje de baño estándar, gorro, gafas protectoras y tapones para los oídos, y está prohibido el contacto físico con el bote de apoyo, aunque su tripulación puede arrojar al agua comida y bebidas.

Solo 34 personas en todo el mundo lo han logrado hasta ahora, pero ninguno de esos detalles la iban a desanimar.

En 2018 superó el primer desafío cuando cruzó a nado el Estrecho de Gibraltar; un año después, cruzó el Canal de Catalina y el Canal de la Mancha, donde cumplió su sueño de convertirse en la primera chilena en hacerlo.

En 2021, tras la pandemia, el reto fue el canal de Molokai, un tramo de agua que separa las islas hawaianas Molokai y O’Ahu.

Son 42 kilómetros a través de un canal en medio del Océano Pacífico, de aguas profundas (701 metros), con corrientes extraordinariamente fuertes y abundante vida marina.

La travesía es larga, usualmente de más de 15 horas, por lo que a menudo se nada en la oscuridad.

Bárbara tomando mate
Cortesía de Bárbara Hernández. Foto: Ulises Yañez @zvcarias
Bárbara siempre ha tendido y sigue teniendo sueños por hacer realidad.

“Amo nadar de noche. Me voy muy hacia dentro, a mis pensamientos, a reconocer qué es lo que me da miedo. Aprendí a ponerle nombre al miedo.

“Cuando estoy en el mar creo que lo que me da miedo es fallarle a la gente que ha creído en mí. Eso me angustiaba mucho y tuve que trabajarlo”.

También hay profunda belleza al nadar de noche.

“Hemos nadado con bioluminiscencias con las noctilucas (Noctiluca scintillans, chispa de mar).

“Es muy especial porque te da la sensación de estar soñando. Al mover los brazos, se ven luces alrededor tuyo…

“Y nadar con delfines, escucharlos, verlos, saber que están ahí, es algo realmente muy, muy especial.

“Se acercan mucho -pueden estar a menos de un metro tuyo-, y lo más difícil es seguir nadando pues te dan ganas de quedarte con ellos jugando”.

Suena idílico… nadar de noche, en agua luminosa, con delfines… y de pronto…

“Toqué algo que asumí que era una medusa porque me ardía, pero demasiado: un dolor que llega al hueso. Me acuerdo de haberme dicho: ‘Bárbara, ¿qué te pasa? No es tu primera medusa”.

Pero sí era su primera carabela portuguesa, una criatura particularmente venenosa.

Carabela portuguesa flotando en el mar
Getty Images
La carabela portuguesa es un carnívoro que, con sus tentáculos venenosos, atrapa y paraliza a su presa.

“Me dolió tanto que me puse como a llorar.

“En la siguiente hidratación, pedí un antialérgico y ibuprofeno, pero me seguía ardiendo. Después me asusté porque no podía mover la pierna.

“Seguí, nadando más lento; para mí no era una opción salirme del agua. Y pudimos terminar el cruce.

“Fue muy impresionante poder terminar, muy bonito. Tengo los mejores recuerdos de Hawái. Nadar en un agua tibia turquesa maravillosa -en general estoy acostumbrada a salir con hipotermia-. Era como un sueño”.

No obstante, la carabela portuguesa había hecho estragos.

Tardó seis meses eliminar la toxina de su cuerpo, su pierna siguió entumecida y sufría espasmos por la noche.

Pero Bárbara Hernández insistió en continuar con el desafío, así que en julio de 2022 completó el Canal del Norte, el quinto del reto.

Y luego, se les ocurrió un nuevo plan: ir a Antártida a intentar batir un récord mundial.

Agonía y éxtasis

Bárbara Hernández no sólo ama la Antártida sino que además quiere crear conciencia sobre el impacto del cambio climático, por ello el intento de récord.

El anterior, establecido en 2015, era de 2,25 kilómetros.

Para batirlo, tenía que nadar 2,5 kilómetros en temperaturas del agua de alrededor de 2°C.

Se dice fácil pero el riesgo de hipotermia es grave.

Tu cuerpo pierde calor más rápido de lo que puede ganarlo. A medida que las extremidades se enfrían, el cuerpo comienza a apagarse lentamente.

Pierdes la capacidad de pensar con claridad. La siguiente etapa puede ser respiratoria. Y, por último, la insuficiencia cardíaca.

Puede haber signos reveladores, por eso, cuando Bárbara está nadando, hay alguien en el bote encargado de tomar la decisión de sacarla: su ahora esposo Jorge Villalobos.

La Armada de Chile se involucró en el proceso de planificación porque tiene mucha experiencia de trabajar en la Antártida.

Tras años de investigación y ensoñación, en febrero de 2023 partieron.

Navegaron 20 días hasta llegar a su destino y, una vez ahí, tuvieron que esperar a que hubiera las condiciones adecuadas para realizar la proeza.

“Eso era crucial. No queríamos mucho viento, ni ballenas, ni focas leopardo, y tampoco pingüinos, porque eso significaba que las focas podían estar cazando”.

Esas focas, de hecho, habían sido sujeto de la planeación previa.

Foca leopardo en gesto agresivo
Getty Images
Las focas leopardo se comen todo lo que les cabe en la boca, y los pingüinos emperador suelen ser sus principales presas. El único depredador natural que tienen es la orca.

“Hubo hasta reuniones con biólogos marinos para definir el color de mi traje de baño, pues por ejemplo el naranja podía llamarles mucho la atención.

“Las focas leopardo son peligrosas, por eso es tan importante monitorearlas.

“No es que se alimenten de humanos pero identifican sus presas a través del gusto, entonces como que te prueban un poquito y cuando se dan cuenta de que es sangre humana, no les gusta y te dejan ahí.

“Pero, claro, para entonces, uno ya perdió una mano, un brazo o un pie”.

Bárbara cuenta que cuando la tripulación y su equipo discutían lo que podría pasarle, ella se iba a otra parte.

“Hablaban de muchas cosas que te ponen nerviosa”.

“Mi mamá tiene una frase muy linda: no hay que tenerle miedo al miedo, y durante toda mi vida ha significado cosas distintas; a veces significa saber que tu miedo existe, pero que no puede condicionar tu vida”.

Finalmente, se abrió una ventana de oportunidad.

Bárbara se montó a un bote con Jorge, una de sus mejores amigas y el equipo médico, y de ahí saltó al agua.

Momento en el que Bárbara salta a las gélidas aguas desde una balsa de hule donde están otras 6 personas
Cortesía de Bárbara Hernández. Foto: Felipe Molina
“Tenía tanta adrenalina que no recuerdo cómo fue entrar al agua. Lo más doloroso fue la cantidad de tiempo que permanecí en el agua: nadar 45 minutos a 2 °C”.

En algún momento, cuenta, se preocupó pues sentía “el corazón y el estómago frío”, pero se concentró en “nadar, y también tuve momentos muy conectada con el lugar donde estaba, el color del agua, tan transparente y tan salada”.

“Me acuerdo que pensé en el pan calentito con mantequilla que nos daban en el buque, en mis papás, mucho en mis perros… en que era una oportunidad de mostrar Antártica, entonces tenía que hacerlo bien y pelear hasta el final”.

De repente, “escuché los gritos y me asusté”, pero eran gritos de júbilo pues había batido el récord.

Fue entonces que la llevaron al buque donde escuchó la canción del film “Rocky” y le dio ataque de risa.

Pero “la temperatura de mi cuerpo bajó a menos de 25°. La mayoría de las personas se desmayan cuando su temperatura baja a 30°”.

Estaba en riesgo de sufrir un paro cardíaco.

El proceso de recuperación es largo: los médicos tienen que subir la temperatura lentamente, 1° por hora.

“Creo que esa parte fue la más dolorosa para mí”, pero luego estaba feliz: “¡súper emocionante!”… hasta que se dio cuenta de cuán afectada estaba su pareja.

“Jorge terminó muy mal. Estaba muy asustado porque nunca me había visto con tanta hipotermia. Y, ahí me di cuenta de que en verdad me podría haber muerto”.

La pareja el día de su boda, sobre la nieve y metida en la laguna
Cortesía de Bárbara Hernández. Foto: Ulises Yañez @zvcarias
Bárbara y Jorge se casaron en la laguna en la que ella entrena y donde él le propuso matrimonio.

A estas alturas, quizás te estarás preguntando, ¿por qué lo hace?

“Es una forma distinta de abrazar la vida.

“No es que ande buscando la muerte, ni desafiarla, ni nada de esas cosas raras.

“Creo que es un propósito muy bonito, y que siendo mujer, chilena y latina es un orgullo mostrar con ejemplos que realmente estamos preparadas para grandes cosas”.

Vestida de sirena

Uno pensaría que tras batir ese récord mundial y ganar numerosas medallas, Bárbara Hernández se tomaría un descanso, pero estaría equivocado.

¿Recuerdas el reto de los Siete Mares?

Le faltaban dos, y tenía fuertes motivos para querer terminarlo: le había prometido a Jorge que se casarían cuando lo completara.

Así que en marzo de 2023, cruzó el Estrecho de Cook, en Nueva Zelanda, y en junio de 2024, el Estrecho de Tsugaru, en Japón, y se convirtió en la primera sudamericana de la historia en lograr tal hazaña.

En septiembre de ese año, se casó en la Laguna del Inca, “en plena cordillera de Los Andes, en las aguas más turquesas y más frías que se puedan imaginar… es un lugar hermoso”.

“Mi vestido fue hecho por Ximena Olavarría, una diseñadora chilena. Tenía más de 3.000 cristales, bordado a mano, y yo parecía una sirena: la sirena de hielo”.

Como habían hecho en otras aguas gélidas, se metieron a la laguna: “Fue súper emocionante”.

Bárbara continúa soñando.

Quiero volver a la Antártica. Echo de menos los pingüinos. No sé si quiero ir a ver a las focas leopardo tan de cerca, pero sí a las ballenas.

“Cuando pasa mucho tiempo sin ir a los glaciares, sueño con ellos. Es como un llamado, como que una parte mía se queda allá, entonces tengo que volver”.

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BBC

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