Un género, una cultura y un estilo de vida. El hip hop pasó de las fiestas de barrio al club de los multimillonarios, se convirtió en banda original de protestas y celebraciones y ha marcado la evolución del pop.
El estilo musical de una época, que nació en medio de una crisis económica en el Bronx, uno de los barrios obreros neoyorquinos, evolucionó de forma rápida y anárquica, haciendo tambalear al establishment de la industria que durante mucho tiempo se resistió a su poder pese a que encarnó la cultura de la juventud.
Este año el hip hop cumple 50 años, un aniversario que ha ofrecido a sus mayores, a sus fans y a la ciudad que lo vio nacer una ocasión para reflexionar sobre su peso cultural.
Los especialistas están de acuerdo en que nació el 11 de agosto de 1973, en la fiesta de Cindy, la hermana pequeña del DJ Kool Herc, en la sala comunal del 1520 de Sedgwick Avenue, un rascacielos de apartamentos en el Bronx.
Según la leyenda, Clive Campbell, el nombre verdadero del artista nacido en Jamaica, hizo girar el mismo disco en dos platos, mezclando los ritmos en el primer breakbeat documentado, un componente esencial del género.
“Fue sólo una fiesta de cumpleaños, sólo un momento”, explica a la AFP Ralph McDaniels, historiador del hip hop y presentador pionero. “Pero esa fiesta es el principio y la chispa que desencadenó lo que vino después para todos los demás DJ”.
Estas fiestas se celebraban en un Bronx que sufrió los peores efectos de la crisis económica nacional, que sumados a la gentrificación de la época, provocó desplazamientos masivos, enraizando la pobreza en este barrio neoyorquino.
Mientras la ciudad reducía las inversiones sociales por la crisis, los propietarios de las vivienda quemaban los edificios para cobrar los seguros en vez de mantenerlos.
Las fiestas de barrio eran un salvavidas para los adolescentes y las familias que vivían en esta gris realidad.
“Era un niño cuando empezó, y vi cómo unía a la comunidad”, dice a la AFP Jerry Gibbs, que creció en el Bronx.
“Para nosotros era muy especial hacer fiestas en el parque. Veías salir a los DJ y cómo conectaban los equipos y eran creativos con su música… Hacían bailar a la gente”, rememora este hombre de 55 años, que ahora se hace llamar DJ Cool Gee.
“Hacían que la gente se olvidara de sus problemas, de sus preocupaciones: por una noche podían tomarse unas vacaciones mentales”.
Lo que ahora se conoce como hip hop de la vieja escuela empezó a desarrollarse a finales de los 70 y principios de los 80, cuando la música pasó de la calle al club nocturno.
Con el tiempo, la actuación en directo de DJ-MC hizo que el rap –el elemento más fácil de aislar y empaquetar– se comercializara y se convirtiera en un éxito rotundo.
Pero a pesar del éxito, el hip hop se alimentaba de experiencias de injusticia y desigualdad.
“Los grandes artistas del hip hop salieron de tiempos difíciles”, dice McDaniels, que recuerda la procedencia de grandes artistas como Jay, Biggie o Nas.
“Conocían y entendían a la gente, a las familias, los olores, incluso los ascensores con olor a pis”. “Todo eso lo pusieron en sus discos”, recuerda.
En la década de 2000, raperos como Kanye West, Jay-Z, Cardi B, Drake y Nicki Minaj tuvieron éxitos planetarios.
Pero pese a su éxito, hip hop mantuvo su aura de contracultura.
Año tras año, la Academia de la Grabación era objeto de las críticas por no pagar a los raperos lo que se merecían, limitando a menudo sus premios Grammy a categorías raciales.
Pero con el streaming, se afianzó la influencia del hip hop, convertido en un movimiento más que un género.
La gente pensaba que el hip hop “fracasaría”, dice Paula Farley, de 59 años, natural del Bronx. Pero, “50 años después, hemos demostrado que se equivocaron”.
Aunque se haya globalizado, el hip hop sigue siendo neoyorquino, según ella.
“El Bronx es el corazón”, dice a la AFP, mientras los artistas calientan el ambiente antes de una actuación de Flash, con un grupo de bailarines de breakdance y apariciones de artistas como Melle Mel y KRS-One.
“Este es el hogar del hip hop, su nacimiento”, asegura Farley, mientras los niños juegan bajo el intenso calor del verano y sus padres y abuelos vibran al ritmo de la música. “De esto se trata”, concluye.
Los minuciosos preparativos para lanzar la señal de humo que confirmará o no la elección de un nuevo Papa ya están en marcha.
Cuando la Iglesia católica elige a un nuevo Papa, el mundo no está pendiente de una rueda de prensa o de una publicación en las redes sociales, sino del humo que sale de una pequeña chimenea en lo alto de la Capilla Sixtina.
Si el humo es negro, no se ha elegido nuevo Papa. Si es blanco, se ha tomado una decisión: Habemus Papam – tenemos un Papa. Es un gran acontecimiento, retransmitido en directo a millones de personas.
Pero lo que los telespectadores no ven es la complejidad oculta de este centenario ritual: la chimenea cuidadosamente construida, la estufa diseñada y las recetas químicas precisas, cada parte minuciosamente diseñada para garantizar que una voluta de humo transmita un mensaje claro.
Expertos explicaron a la BBC que el proceso requiere “dos fuegos artificiales a medida”, ensayos de pruebas de humo y bomberos en estado de alerta.
Todo esto está meticulosamente organizado por un equipo de ingenieros y funcionarios de la Iglesia que trabajan al unísono.
El papa Francisco falleció el 21 de abril, lunes de Pascua, a los 88 años y, una vez finalizado el funeral, la atención se centró en el cónclave, una reunión privada en la que se elegirá a su sucesor.
El Vaticano confirmó que los cardenales se reunirán en la Basílica de San Pedro el 7 de mayo para celebrar una misa especial antes de reunirse en la Capilla Sixtina, donde comenzará la compleja votación.
La tradición de quemar las papeletas de votación de los cardenales se remonta al siglo XV y se convirtió en parte de los rituales del cónclave destinados a garantizar la transparencia y evitar la manipulación, sobre todo después de que los retrasos en la elección papal provocaran frustración y malestar de la opinión pública.
Con el tiempo, el Vaticano empezó a utilizar el humo como medio de comunicación con el mundo exterior, preservando al mismo tiempo la estricta confidencialidad de la votación.
Y hoy, a pesar de los innumerables avances en comunicación, el Vaticano continúa preservando la tradición.
“Desde la antigüedad, la gente ha visto el humo que sale -de los sacrificios de animales y granos en la Biblia, o de la quema de incienso en la tradición- como una forma de comunicación humana con lo divino”, le dice a la BBC Candida Moss, profesora de teología de la Universidad de Birmingham, Reino Unido.
“En la tradición católica, las oraciones ‘ascienden’ hasta Dios. El uso del humo evoca estos rituales religiosos y la estética de asombro y misterio que los acompaña”.
Moss señala también que el humo ascendente permite a las personas que se reúnen en la plaza de San Pedro “sentirse incluidas, como si estuvieran incorporadas a este asunto misterioso y secreto”.
Los motivos son simbólicos, pero hacer que funcione en el siglo XXI requiere ingeniería del mundo real.
En el interior de la Capilla Sixtina se instalan temporalmente dos estufas específicas para el cónclave: una para quemar las papeletas y otra para generar las señales de humo.
Ambas estufas están conectadas a un pequeño conducto -un tubo dentro de una chimenea que permite la salida del humo- que sube por el tejado de la capilla hasta el exterior.
Recientemente se vio a bomberos en el tejado, que aseguraban con cuidado la parte superior de la chimenea en su sitio, mientras los obreros montaban andamios y construían las estufas en el interior.
La Capilla Sixtina, construida hace más de 500 años, alberga uno de los techos más famosos del mundo. Adornado con los frescos de Miguel Ángel, no está precisamente diseñado para señales de humo, y la chimenea debe instalarse de forma discreta y segura.
Es un proceso complejo.
Los técnicos utilizan una abertura existente o crean una trampilla provisional por la que se introduce el conducto para que salga el humo, normalmente de un metal como el hierro o el acero.
La tubería va desde las estufas hasta el exterior, y emerge a través del techo de tejas sobre la plaza de San Pedro.
Cada junta se sella para evitar fugas y cada componente se somete a pruebas.
Los especialistas ensayan con humo en los días previos al comienzo del cónclave, asegurándose de que el tiro de la chimenea funciona en tiempo real. Incluso participan los bomberos del Vaticano, en alerta por si hay una avería.
“Se trata de un proceso muy preciso, porque si algo sale mal, no es sólo un fallo técnico, sino que se convierte en un incidente internacional”, le explica a la BBC Kevin Farlam, ingeniero de estructuras que ha trabajado en edificios patrimoniales.
“No es como poner una tubería en un horno de pizza. Cada parte del sistema tiene que instalarse sin dañar nada”.
Este montaje se construye días antes de la llegada de los cardenales y se desmonta una vez elegido el Papa.
Para que la señal sea visible, los técnicos del Vaticano utilizan una combinación de compuestos químicos.
“En esencia, lo que están construyendo aquí son dos fuegos artificiales a medida”, le explica a la BBC el profesor Mark Lorch, jefe del departamento de química y bioquímica de la Universidad de Hull, Reino Unido.
“Para el humo negro, se quema una mezcla de perclorato potásico, antraceno y azufre, que produce un humo espeso y oscuro.
“Para el humo blanco, se utiliza una combinación de clorato potásico, lactosa y colofonia de pino, que se quema de forma limpia y pálida.
“En el pasado se intentaba quemar paja húmeda para crear un humo más oscuro y paja seca para hacer un humo más claro – pero esto causaba cierta confusión porque a veces parecía gris”.
Lorch dice que estos productos químicos están “preenvasados en cartuchos y se encienden electrónicamente”, por lo que no hay ambigüedad.
El toque de campana -introducido durante la elección del papa Benedicto XVI- sirve ahora de confirmación y se utiliza junto a la señal de humo.
A lo largo de los años se han hecho propuestas para modernizar el sistema: luces de colores, alertas digitales o incluso votaciones televisadas.
Pero para el Vaticano, el ritual no es sólo una herramienta de comunicación: es un momento de continuidad con siglos de tradición.
“Se trata de tradición y secretismo, pero también tiene un peso teológico real”, afirma Moss.
“Además, ‘Iglesia católica’ y ‘vanguardia’ distan mucho de ser sinónimos: la innovación es casi antitética al ritual”.
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