Isabel tiene nueve años y un álbum fotográfico que es realmente grande, casi tanto como ella lo es, dentro del cual se amontonan las imágenes de su pasado en desorden, tal como los recuerdos hacen en su mente. En especial los recuerdos de su abuela, que no hace mucho falleció.
Este álbum de fotografías se guarda al final de un callejón llamado Dolores, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en el sótano de un edificio, aunque no uno tenebroso con siluetas y mantos negros colgando de sus paredes –lo que podría esperarse de un sótano al final de un callejón–.
Sino más bien este sótano es uno de muros claros y despejado, donde no hay nada tras lo cual pueda esconderse nada más. Sólo el álbum fotográfico y, en su interior, un secreto para Isabel y para todos los niños y niñas que, como ella, han perdido un ser querido: que dejar de vivir no es lo mismo que dejar de existir.
“No hay edad para que la muerte empiece y, así de imprevisible como es, la muerte no es ajena a las infancias”, explica Fernando, con sus enormes ojos de muñeco de ventriloquía.
“Entonces, la muerte es un tema que debe tratarse con la niñez, no evitarlo, sino abordarlo con cuidado, respeto y objetividad, para que los niños y niñas puedan atravesar su proceso de duelo, hasta llegar a la aceptación y estar en paz consigo y con la vida.”, agrega.
Es así que, cual objeto mágico, el álbum de fotografías se transforma en los recuerdos mismos que contiene para llevar a Isabel y a Bombacho, su conejo de peluche, desde el sótano al final del callejón hasta el mundo de las marionetas, más allá del parque en el que jugaba con su abuela, en búsqueda de aquello que en cada quien prevalece de las personas que nos amaron y que amamos, aun después de que su tiempo de vida ha concluido.
“Nosotres somo la compañía Mil Rostros Teatro y nos dedicamos a la investigación escénica a través de títeres y formas animadas –explica Fernando Gurrola, su joven director, de 23 años– y tratamos de experimentar con el lenguaje titeril y con las formas en que se va transformando la marioneta contemporánea, explorando maneras de integrar cuerpo y títere, de hacer simbiosis hasta crear un solo ser, porque pasa justo que titiritero y objeto son dos entes por separado, pero cuando se conjugan hacen algo bellísimo en escena.”
Bajo esta lógica, el álbum de fotos de Isabel no es sólo utilería en un foro sin telones. Es un escenario y escenografía elaborada con materiales reciclados, luego es teatrino del que brotan marionetas y objeto inanimados que cobran vida cuando se les asigna un significado, cuando se les vincula con aquellas personas que lo tuvieron en sus manos, y también es vestidor para los actores y andamio de iluminación, desde el que se tejen sonrisas con suspiros, como las abuelas tejen suéteres con estambres de distintos colores.
“Nuestra obra se titula ‘Nubes de algodón’ y está dirigida a todas las personas a partir de los seis años de edad. Lo que buscamos es generar una reflexión en los niños y niñas, acerca de que los recuerdos juegan un rol muy importante a nivel de identidad y de cómo el recuerdo de las personas que ya no están se añade a nosotros, y así esas personas queridas nos acompañan siempre”, detalla Mariana Gaspar -también de 23 años-, actriz y coproductora de la puesta en escena.
‘Nubes de algodón’ (dramaturgia de Pablo Cano Camacho, dirección escénica de Tania Mayrén) es el tercer montaje escénico de este grupo de jóvenes teatreros, que para financiar sus actividades realizan talleres infantiles de creación de marionetas, y se presenta los próximos sábados 22 y 29 de abril, en el foro Factible, callejón de Dolores número 8, Centro Histórico de la Ciudad de México.
Los minuciosos preparativos para lanzar la señal de humo que confirmará o no la elección de un nuevo Papa ya están en marcha.
Cuando la Iglesia católica elige a un nuevo Papa, el mundo no está pendiente de una rueda de prensa o de una publicación en las redes sociales, sino del humo que sale de una pequeña chimenea en lo alto de la Capilla Sixtina.
Si el humo es negro, no se ha elegido nuevo Papa. Si es blanco, se ha tomado una decisión: Habemus Papam – tenemos un Papa. Es un gran acontecimiento, retransmitido en directo a millones de personas.
Pero lo que los telespectadores no ven es la complejidad oculta de este centenario ritual: la chimenea cuidadosamente construida, la estufa diseñada y las recetas químicas precisas, cada parte minuciosamente diseñada para garantizar que una voluta de humo transmita un mensaje claro.
Expertos explicaron a la BBC que el proceso requiere “dos fuegos artificiales a medida”, ensayos de pruebas de humo y bomberos en estado de alerta.
Todo esto está meticulosamente organizado por un equipo de ingenieros y funcionarios de la Iglesia que trabajan al unísono.
El papa Francisco falleció el 21 de abril, lunes de Pascua, a los 88 años y, una vez finalizado el funeral, la atención se centró en el cónclave, una reunión privada en la que se elegirá a su sucesor.
El Vaticano confirmó que los cardenales se reunirán en la Basílica de San Pedro el 7 de mayo para celebrar una misa especial antes de reunirse en la Capilla Sixtina, donde comenzará la compleja votación.
La tradición de quemar las papeletas de votación de los cardenales se remonta al siglo XV y se convirtió en parte de los rituales del cónclave destinados a garantizar la transparencia y evitar la manipulación, sobre todo después de que los retrasos en la elección papal provocaran frustración y malestar de la opinión pública.
Con el tiempo, el Vaticano empezó a utilizar el humo como medio de comunicación con el mundo exterior, preservando al mismo tiempo la estricta confidencialidad de la votación.
Y hoy, a pesar de los innumerables avances en comunicación, el Vaticano continúa preservando la tradición.
“Desde la antigüedad, la gente ha visto el humo que sale -de los sacrificios de animales y granos en la Biblia, o de la quema de incienso en la tradición- como una forma de comunicación humana con lo divino”, le dice a la BBC Candida Moss, profesora de teología de la Universidad de Birmingham, Reino Unido.
“En la tradición católica, las oraciones ‘ascienden’ hasta Dios. El uso del humo evoca estos rituales religiosos y la estética de asombro y misterio que los acompaña”.
Moss señala también que el humo ascendente permite a las personas que se reúnen en la plaza de San Pedro “sentirse incluidas, como si estuvieran incorporadas a este asunto misterioso y secreto”.
Los motivos son simbólicos, pero hacer que funcione en el siglo XXI requiere ingeniería del mundo real.
En el interior de la Capilla Sixtina se instalan temporalmente dos estufas específicas para el cónclave: una para quemar las papeletas y otra para generar las señales de humo.
Ambas estufas están conectadas a un pequeño conducto -un tubo dentro de una chimenea que permite la salida del humo- que sube por el tejado de la capilla hasta el exterior.
Recientemente se vio a bomberos en el tejado, que aseguraban con cuidado la parte superior de la chimenea en su sitio, mientras los obreros montaban andamios y construían las estufas en el interior.
La Capilla Sixtina, construida hace más de 500 años, alberga uno de los techos más famosos del mundo. Adornado con los frescos de Miguel Ángel, no está precisamente diseñado para señales de humo, y la chimenea debe instalarse de forma discreta y segura.
Es un proceso complejo.
Los técnicos utilizan una abertura existente o crean una trampilla provisional por la que se introduce el conducto para que salga el humo, normalmente de un metal como el hierro o el acero.
La tubería va desde las estufas hasta el exterior, y emerge a través del techo de tejas sobre la plaza de San Pedro.
Cada junta se sella para evitar fugas y cada componente se somete a pruebas.
Los especialistas ensayan con humo en los días previos al comienzo del cónclave, asegurándose de que el tiro de la chimenea funciona en tiempo real. Incluso participan los bomberos del Vaticano, en alerta por si hay una avería.
“Se trata de un proceso muy preciso, porque si algo sale mal, no es sólo un fallo técnico, sino que se convierte en un incidente internacional”, le explica a la BBC Kevin Farlam, ingeniero de estructuras que ha trabajado en edificios patrimoniales.
“No es como poner una tubería en un horno de pizza. Cada parte del sistema tiene que instalarse sin dañar nada”.
Este montaje se construye días antes de la llegada de los cardenales y se desmonta una vez elegido el Papa.
Para que la señal sea visible, los técnicos del Vaticano utilizan una combinación de compuestos químicos.
“En esencia, lo que están construyendo aquí son dos fuegos artificiales a medida”, le explica a la BBC el profesor Mark Lorch, jefe del departamento de química y bioquímica de la Universidad de Hull, Reino Unido.
“Para el humo negro, se quema una mezcla de perclorato potásico, antraceno y azufre, que produce un humo espeso y oscuro.
“Para el humo blanco, se utiliza una combinación de clorato potásico, lactosa y colofonia de pino, que se quema de forma limpia y pálida.
“En el pasado se intentaba quemar paja húmeda para crear un humo más oscuro y paja seca para hacer un humo más claro – pero esto causaba cierta confusión porque a veces parecía gris”.
Lorch dice que estos productos químicos están “preenvasados en cartuchos y se encienden electrónicamente”, por lo que no hay ambigüedad.
El toque de campana -introducido durante la elección del papa Benedicto XVI- sirve ahora de confirmación y se utiliza junto a la señal de humo.
A lo largo de los años se han hecho propuestas para modernizar el sistema: luces de colores, alertas digitales o incluso votaciones televisadas.
Pero para el Vaticano, el ritual no es sólo una herramienta de comunicación: es un momento de continuidad con siglos de tradición.
“Se trata de tradición y secretismo, pero también tiene un peso teológico real”, afirma Moss.
“Además, ‘Iglesia católica’ y ‘vanguardia’ distan mucho de ser sinónimos: la innovación es casi antitética al ritual”.
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