El gobierno mexicano publicó un gráfico en el que afirma que la gasolina en México es “de las más baratas” dentro de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Sin embargo, esta comparación resulta engañosa ya que se realiza con países en los que se percibe un sueldo mucho más elevado que el mexicano y cuya capacidad de compra del combustible es mayor.
En El Sabueso de Animal Político procesamos la información que da el rastreador mundial de precios de combustible Global Petrol Prices y la de los salarios promedio reportados por la OCDE.
De ese modo ubicamos que México es el país en el que menos litros de gasolina se pueden comprar con el salario promedio dentro de los países que pertenecen a la Organización.
En Islandia, país que en el gráfico publicado por el gobierno federal destaca como el que tiene el precio más alto en su gasolina, con un salario anual promedio de 79 mil 473 dólares (6.8 veces mayor al de México) es posible comprar 34 mil 629 litros de gasolina a un costo de 2.29 dólares.
Mientras que en México, que se presume como uno de los países con la gasolina más barata de los países de la OCDE, un año de salario promedio anual de 16 mil 685 dólares (el más bajo entre los miembros de la organización), con un costo de 1.43 dólares por litro de combustible tan solo puede comprar 11 mil 652 litros, es decir, tan solo una tercera parte de la gasolina que podría comprar un islandés.
Otra comparación internacional que circuló en redes sociales es la de que México tiene la segunda gasolina más costosa de Latinoamérica.
Los datos de Global Petrol Prices, una fuente de datos utilizada por el propio gobierno federal, muestran que el dato es verdadero hasta el 15 de enero. Con México tan solo superado por Uruguay, que encabeza la lista en la región con un costo de 1.92 dólares por litro.
Al inicio de la administración la promesa del presidente López Obrador fue que la gasolina subiría, “en el peor de los casos”, “40 centavos al año” debido a la inflación.
En términos nominales, solo de 2018 al 2019 el precio promedio de la gasolina regular pasó de 18.32 pesos por litro a los 19.35 pesos por litro, un aumento de 1 peso con tres centavos.
En lo que va de la administración el aumento nominal del precio de la gasolina ha sido de 3 pesos con 83 centavos por litro, al pasar de un precio promedio de 18.32 pesos en 2018 a los 22.15 pesos durante la segunda semana de enero.
Y aunque es cierto que en términos reales se registra una reducción, es menor a la presumida por el gobierno.
En la conferencia matutina del 15 de enero se presentó una gráfica con la que se indica que en la presente administración la reducción real en el precio de la gasolina es de 9.4%.
Sin embargo, los datos de la Comisión Reguladora de Energía muestran que en 2018 el precio de la gasolina regular promedio fue de 23.49 pesos.
Mientras que en 2023 fue de 22.05 pesos, lo que implica una reducción del 6% en términos reales y no de 9.4%, como se afirmó en la conferencia.
Para encarar el incremento en los precios del combustible el gobierno de México recurre a estímulos fiscales en los que se deja de cobrar un porcentaje o en ocasiones la totalidad del impuesto IEPS a la gasolina.
Entre el 2019 y el 2022 dichos estímulos significaron que el gobierno dejara de recibir alrededor de 573 mil millones de pesos, que no se cobraron a la gente al comprar el combustible.
Para muchos habitantes de Hiroshima y Nagasaki sobrevivir a las bombas fue solo el comienzo de una vida en la que combatieron dolores físicos pero también profundas heridas emocionales.
Las bombas de Hiroshima y Nagasaki terminaron con la vida de miles de personas en un instante. Para los sobrevivientes fue solo el comienzo de años de dolorosas heridas, enfermedades, miedo, sentimiento de culpa y discriminación.
La organización Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha o sobrevivientes de las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre las ciudades japonesas en 1945, ganó el Premio Nobel de la Paz este año.
El movimiento representa a los 174.080 sobrevivientes de los bombardeos atómicos que residen en Japón, Corea y otras partes del mundo.
No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos del 6 y el 9 de agosto de 1945,.
Los cálculos más conservadores estiman que cinco meses después de los ataques unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades.
Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000.
El mundo ha conocido el relato del horror gracias a los sobrevivientes, a quienes se les conoce como hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”.
Sus testimonios no solo dan cuenta de lo que vieron, sino de los traumas que aún llevan dentro.
“Hay muchos hibakusha que son narradores sociales, pero no son capaces de contarle su propia historia a sus hijos”, le dice a BBC Mundo Yuka Kamite, profesora de Psicología en la Universidad de Hiroshima, quien ha estudiado la salud mental de los hibakusha.
Se calcula que hoy aún viven unos 140.000 hibakusha, que rondan los 80 años de edad.
¿Cómo ha sido la vida de los hibakusha y por qué sobrevivir a la bomba fue solo una parte de la dura batalla que han dado para llevar una vida digna?
Miedo
Los hibakusha que recibieron el impacto de la bomba sufrieron quemaduras y heridas que marcaron sus cuerpos y sus rostros.
Aquellos que estuvieron expuestos a mayores dosis de radiación, aunque a primera vista parecían ilesos, luego mostraron síntomas como pérdida del pelo, sangrado y diarrea.
Luego se reportó un aumento en enfermedades como el cáncer y la leucemia.
“Todavía siento miedo de que se me puedan manifestar las consecuencias de la radioactividad y morir en cualquier momento”, le dice a BBC Mundo Yasuaki Yamashita, un sobreviviente de Nagasaki que tenía 6 años el día de la explosión y que hoy, a sus 81 años, vive en México.
Ese miedo los llevó a una vida de estrés, confusión, incertidumbre y ansiedad. Incluso vivían con temor de pasarle los efectos de la radiación a sus hijos.
“Los efectos de la radiación son invisibles, eso los hizo sentirse inestables e intranquilos, sin saber qué iba a pasar con su futuro”, le dice a BBC Mundo Hibiki Yamaguchi, investigador en el Centro para la Abolición de Armas Nucleares de la Universidad de Nagasaki.
El miedo marcó para siempre la salud mental y emocional de muchos hibakusha.
Luli van der Does, profesora en el Centro para la paz de la Universidad de Hiroshima que ha estudiado los efectos de la bomba en los sobrevivientes, menciona algunos ejemplos de cómo el miedo se quedó grabado en sus mentes.
“Algunos no pueden comer pescado seco porque les recuerda el olor de los cuerpos quemados”, le dice van der Does a BBC Mundo.
“Otros se tuvieron que ir de Hiroshima y nunca volvieron a visitar su ciudad, otros dicen que no pueden comer pepinos, porque ante la falta de medicinas tras la bomba era lo único que podían usar para curar sus heridas”.
“En casos más severos, dicen que no pueden cruzar puentes ni ver ríos, porque comienzan a recordar los cadáveres que veían flotando tras la explosión”.
El miedo les afectó su salud emocional pero, además, los lanzó a una realidad que hizo aún más difícil su lucha por llevar una vida soportable después de la bomba.
Las heridas físicas, el temor a que los efectos de la radiación pudieran ser contagiosos y los traumas psicológicos de los hibakusha llevaron a que muchos comenzaran a ser discriminados por su condición.
“La gente temía que los sobrevivientes tuvieran una enfermedad contagiosa”, recuerda Yamashita.
“Decían: ‘Hay que separarlos, no hay que casarse con ellos, no hay que tener amistad con ellos’”.
El temor a la discriminación llevó a que muchos ocultaran su condición de hibakusha o se negaran a hablar de ello.
“Aquellos que tenían queloides [crecimiento excesivo del tejido de una cicatriz] en el cuerpo usaban mangas largas para cubrir sus cicatrices, incluso en pleno verano”, dice la profesora Kamite.
También se les hacía difícil conseguir y conservar sus trabajos. Así lo recuerda Yasuaki Yamashita:
“Cuando salí de la preparatoria comencé a trabajar y casi al mismo tiempo comencé a sufrir los efectos de la radiación.
Empecé a perder la sangre, evacuaba sangre, vomitaba sangre, entonces no podía trabajar.
Si conseguía un trabajo, venía esa enfermedad y tenía que renunciar, así duré como dos años.
Mucha gente me decía que yo era un flojo, que no quería trabajar, pero no era eso, era que simplemente no podía trabajar. Yo necesitaba trabajar, pero no podía”.
Para las mujeres la situación muchas veces era aún más difícil.
En esa época casarse era muy importante para las mujeres japonesas.
“Era casi la única cosa que una mujer esperaba”, recuerda Setsuko Thurlow, sobreviviente de Hiroshima, quien en julio compartió sus recuerdos durante un evento en línea para conmemorar el 75 aniversario de las bombas.
“Con esas cicatrices queloides, esas mujeres perdían la fe y la esperanza en la vida”, dijo Thurlow, quien en 2017 recibió en nombre de los sobrevivientes el Premio Nobel de Paz que se le otorgó a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por su sigla en inglés).
Keiko Ogura, otra sobreviviente de Hiroshima, recuerda que vivió esa discriminación en carne propia. Así lo contó en conversación con BBC Mundo:
“Tenía 8 años, era solo una niña pequeña en la escuela elemental, pero sabíamos que no debíamos decir que habíamos estado en la ciudad ese día. Si decíamos algo relacionado con la radiación, no nos podríamos casar.
No decíamos que éramos sobrevivientes. Teníamos un certificado de sobrevivientes y al mostrarlo en el hospital podíamos recibir tratamiento médico que ayudaba a pagar el gobierno. Sin embargo, la gente nos decía ‘no muestres eso’.
Al principio yo no le prestaba atención, sentíamos que todos compartíamos el mismo destino, pero cuando ya era una mujer en edad de casarme, a los 18 o 20 años, los hombres jóvenes de fuera de la ciudad me preguntaban “Keiko, ¿dónde estabas al momento de la bomba?Por mi parte no hay problema, pero a mis padres les preocupa”.
Sé que muchas otras personas también tuvieron esa experiencia”.
La profesora Van der Does cuenta que cuando llegaba el momento de casarse, algunas personas contrataban detectives para investigar si la pareja había estado en Hiroshima al momento de la bomba.
Otros, por su parte, sintieron esa discriminación de una manera más sutil o indirecta, y los puso en una posición vulnerable ante la sociedad. Una “discriminación silenciosa”, como la llama la profesora Van der Does.
“No sabes exactamente qué tipo de discriminación estás sufriendo, pero simplemente la sientes en tus interacciones sociales, o al darte cuenta de que a lo largo de tu vida has recibido un trato injusto”, explica.
Yoshiro Yamawaki, sobreviviente de Nagasaki, es uno de esos casos de discriminación silenciosa.
“La bomba mató a mi padre, mi madre tenía siete hijos y no podía hacerse cargo de ellos. Por eso, tuve que dedicarme a trabajar, sin poder ir a la universidad, creo que eso fue una forma de discriminación”, dice Yamawaki en conversación con BBC Mundo.
Según explica Van der Does, es difícil conocer el daño psicológico y emocional que sufrieron los hibakusha porque muchos murieron sin ser capaces de hablar de ello.
“Hay muchos que no han admitido ser hibakusha por el miedo a la discriminación”, dice la investigadora.
En una reciente encuesta que Van der Does realizó entre 1.652 hibakusha de Hiroshima y Nagasaki, encontró que el 31% de ellos ha sufrido varios tipos de trato discriminatorio a lo largo de su vida.
Esa discriminación en ocasiones se dio entre los mismos hibakusha.
“Los hibakusha conocían mejor que nadie lo que les ocurría, por eso muchas veces se discriminaban entre ellos”, dice Hibiki Yamaguchi, de la Universidad de Nagasaki.
Según Van der Does, esa discriminación era fruto del miedo y de la desesperación por vivir. “Estaban luchando por sobrevivir, tenían que competir entre ellos por lograr algún tipo de ayuda”, dice la profesora.
Culpa
Al miedo y a la discriminación con que cargaban los hibakusha muchas veces se les sumó un sentimiento de culpa por haber escapado con vida o haber sido incapaces de ayudar a quienes pedían auxilio.
Ese sentimiento de culpa de los sobrevivientes les causó sufrimiento a largo plazo, explica la psicóloga Kamite.
Así lo recuerda la sobreviviente Keiko Ogura:
“Yo, al igual que el 90% de los sobrevivientes, tuve un sentimiento de culpa porque vi morir a familiares y amigos. Después de la explosión vimos gente bajo los edificios derrumbados pidiendo ayuda, pero no podíamos ayudarlos, estaban atrapados. Las madres trataban de sacarlos pero era muy difícil.
Luego, el fuego se esparció tan rápido que no tuvieron más opción que irse del lugar.
Eso los hizo preguntarse: ¿por qué no pude cumplir con el deber de ayudar a mis hijos hasta el último momento?
Tras la explosión, dos personas muy heridas se me acercaron y solo decían ‘agua, agua’. Yo les di de beber y luego murieron frente a mí. En ese momento no lo entendía, era solo una niña de 8 años, pero comencé a culparme porque sentía que los había matado. Sentía que si no les hubiera dado agua, ellos no estarían muertos. Me sentí así durante más de 10 años”.
Según los expertos, la dificultad que muchos sobrevivientes tienen para hablar de su experiencia les ha afectado sus vidas.
“El velo de silencio sobre estos temas funcionó para ocultar las transgresiones ocasionadas por las secuelas atómicas”, dice Kamite.
Algunos hibakusha, sin embargo, han combatido ese silencio y comparten sus historias con los medios o como parte de campañas en contra de la proliferación de armas nucleares.
“Algunos están motivados por la ira, otros por un sentido de misión social, y otros pueden estar motivados por la respuesta al trauma”, dice Kamite.
La profesora, sin embargo, advierte que son solo unos pocos quienes participan en estas actividades sociales y que es probable que muchos hibakusha hayan sido una “mayoría silenciosa”.
Van der Does, por su parte, explica que con el tiempo los hibakusha lograron construir un sentido de comunidad que los ayudó a ganar aceptación en la sociedad.
“Se convirtieron en líderes en la lucha por el desarme nuclear”, dice la profesora. “Pasaron de ser víctimas a creadores de un mundo nuevo”.