Este 2 de junio más de 51 millones de mujeres, según la Lista Nominal del Instituto Nacional Electoral (INE), podrán ejercer su derecho al voto o incluso algunas ya lo hicieron desde el extranjero. Además, habrá dos mujeres en la boleta presidencial.
Pero para que las mujeres puedan votar y ser votadas tuvieron que pasar décadas. Según el INE, las primeras solicitudes de voto y de reconocer la ciudadanía de las mujeres ocurrieron desde 1821.
De acuerdo con el INE, en 1923 las mujeres de Yucatán pudieron votar por primera vez para las elecciones del Congreso local. Luego se sumaron otros estados como San Luis Potosí y Chiapas en 1925.
Más tarde, en 1947, a las mujeres se les otorgó la oportunidad de votar en los procesos municipales. Y hasta 1953, las mujeres mexicanas podían votar y ser votadas a lo ancho y largo de nuestro país.
Pero fue hasta dos años después, en 1955, cuando todas las mujeres de la República pudieron ejercer su derecho al voto en una elección federal. Esto se alcanzó gracias a la lucha constante de las activistas sufragistas por los derechos políticos-electorales.
En las elecciones de 1917, una mujer duranguense llamada Hermila Galindo se presentó como candidata a diputada federal por el V Distrito Electoral de la capital del país. Eran las votaciones nacionales para elegir a los miembros del nuevo Congreso y se postuló, convirtiéndose en la primera mujer en lanzarse a un cargo federal en México.
Aunque no ganó la elección, Hermilia Galindo sentó un precedente en la lucha por los derechos políticos de las mujeres y en la búsqueda de representación en la vida pública.
Siguiendo su lucha, en 1923, casi tres décadas antes de que se aprobara el voto a nivel nacional, Elvia Carrillo Puerto fue otra de las primeras mujeres electas para un cargo público en México. La activista y política yucateca, fundadora del Partido Feminista Socialista y defensora de los derechos de las mujeres indígenas y campesinas se convirtió en diputada en el Congreso de Yucatán en 1923.
Carrillo no fue la única en ser electa en ese año. Beatriz Peniche Barrera y Raquel Dzib Cicero, del Partido Socialista del Sureste, se convirtieron en las primeras diputadas locales en la historia de México. Sin embargo, no pudieron ejercer sus funciones por disputas políticas, según la Cámara de Diputados.
Las sufragistas continuaron con su lucha y, de esta forma, el 17 de octubre de 1953 se publicó en el Diario Oficial de la Federación un decreto del presidente Adolfo Ruiz Cortines, que reformaba los artículos 34 y 115 de la Constitución Mexicana para reconocer a la mujer como ciudadana y, por ende, con derecho de votar y ser votada.
Para 1955, como resultado de la primera elección en la que participaron mujeres, se convirtieron en diputadas federales de la XLIII Legislatura Margarita García Flores, Marcelina Galindo Arce, Guadalupe Urzúa Flores y Remedios Ezeta Uribe.
En 1964, María Lavalle Urbina (Campeche) y Alicia Arellano Tapia (Sonora) se convirtieron en las primeras senadoras electas. En 1979, en Colima, Griselda Álvarez fue la primera gobernadora del país.
Las elecciones de 1982 serían históricas para la lucha por los derechos políticos de la mujer, ya que Rosario Ibarra de Piedra, se presentó como contendiente a la Presidencia contra Miguel de la Madrid. Rosario representó al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), y se presentó nuevamente en las elecciones de 1988, esta vez contra el expresidente Carlos Salinas de Gortari.
Pese a no ser electa, Rosario Ibarra de Piedra abrió las puertas a muchas otras mujeres para competir por la presidencia, entre ellas Cecilia Soto, por el Partido del Trabajo (PT), y Marcela Lombardo el Partido Popular Socialista (PPS) en 1994. Esa fue la primera vez que dos mujeres aparecieron en la boleta presidencial.
Luego Patricia Mercado fue candidata presidencial del Partido Social Demócrata en 2006; Josefina Vázquez Mota, del Partido Acción Nacional (PAN), en las elecciones de 2012 y en 2018, Margarita Zavala, quien se registró como candidata independiente pero declinó en mayo, mes y medio antes de los comicios.
Ahora, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez tienen la posibilidad de convertirse en la primera presidenta de México.
Cuantas más opciones, más difícil se hace elegir, y el resultado de nuestra elección nunca es demasiado satisfactorio. ¿Cómo lidiar con el exceso de opciones?
¿Alguna vez te ha costado más escoger una película o una serie en una plataforma de streaming que ver directamente algo? ¿O has dado muchas vueltas antes de comprar un producto online solo para seguir dudando después? En una sociedad con más posibilidades que nunca, elegir se ha convertido en una fuente de ansiedad: lo que en principio parecía una ventaja puede acabar siendo una carga.
La psicología lo define como la “paradoja de la elección”: cuantas más opciones hay, más difícil es decidir… y menos satisfacción genera la decisión tomada.
Este fenómeno fue descrito por el psicólogo Barry Schwartz, quien propuso que el exceso de libertad puede tener efectos adversos sobre el bienestar. En lugar de hacernos más felices, una abundancia de opciones tiende a bloquear, frustrar y provocar la sensación persistente de que se podría haber elegido mejor.
Un estudio clásico de Sheena Iyengar y Mark Lepper demostró que ante una variedad de 24 sabores de mermelada frente a solo 6, los consumidores eran menos propensos a comprar. La sobrecarga de alternativas no solo complica la decisión, también reduce la satisfacción con lo elegido.
Este patrón no se limita al consumo. También se observa en decisiones vitales, desde la elección de estudios hasta relaciones personales. En contextos universitarios y profesionales, el exceso de opciones puede generar una sensación de parálisis, dudas constantes y miedo a equivocarse.
La psicología ha identificado diferentes estilos de afrontamiento ante la toma de decisiones. Entre ellos, los dos más estudiados son el perfil del maximizer y el del satisficer.
Esta distinción fue formalizada en un influyente estudio publicado en Journal of Personality and Social Psychology.
Las personas con un estilo maximizer tienden a buscar siempre la mejor opción posible. Evalúan muchas alternativas, comparan exhaustivamente, investigan a fondo y posponen decisiones en busca de una elección óptima. Aunque este comportamiento puede parecer racional o ambicioso, en la práctica suele asociarse a consecuencias negativas para el bienestar emocional.
El estudio citado mostró que los maximizers:
Además, otras investigaciones han asociado este perfil a síntomas depresivos, especialmente cuando las decisiones se toman en contextos complejos o inciertos.
En contraste, el estilo satisficer se basa en elegir una opción que cumpla criterios personales mínimos o razonables, sin necesidad de compararla con todas las demás. Estas personas no buscan lo perfecto, sino algo que encaje con sus necesidades o valores.
Según la misma investigación, los satisficers:
Tienen una mayor estabilidad emocional tras la toma de decisiones.
El estilo satisficer no implica conformismo, sino un enfoque más funcional y adaptativo. Como señalan otras investigaciones, estas personas tienden a conservar recursos cognitivos y emocionales, lo que les permite enfrentar mejor la incertidumbre y reducir la fatiga a la hora de tomar decisiones.
La diferencia entre ambos perfiles no solo influye en cómo se decide, sino en cómo se vive el proceso y sus consecuencias. El estilo maximizer puede ser útil en contextos técnicos o decisiones de alto riesgo, pero su aplicación constante en la vida diaria –donde muchas veces no existe una opción claramente “mejor”– puede deteriorar el bienestar psicológico.
Por el contrario, adoptar una actitud satisficer permite tomar decisiones con más tranquilidad, asumiendo que ninguna será perfecta, pero muchas pueden ser válidas. En tiempos de sobreabundancia de opciones, este enfoque parece más sostenible emocionalmente.
La paradoja de la elección se manifiesta en múltiples aspectos de la vida cotidiana:
Elegir entre muchas alternativas exige recursos cognitivos y emocionales. A mayor número de opciones, mayor probabilidad de experimentar ansiedad anticipatoria, dudas persistentes, arrepentimiento posterior a la decisión, disminución del placer con lo elegido y fatiga mental.
Además, en contextos de presión social o autoexigencia elevada, esta dificultad se agrava. La sensación de que “todo depende de una elección correcta” puede derivar en estrés crónico o evitación.
El fenómeno de la fatiga decisional ha sido descrito también en el ámbito clínico. Algunos estudios muestran cómo el esfuerzo mental acumulado por tomar muchas decisiones reduce la capacidad de autocontrol y aumenta la vulnerabilidad al estrés.
Desde la psicología aplicada, se han propuesto diversas estrategias para reducir el impacto negativo de la sobreabundancia de opciones:
En un contexto cultural que asocia libertad con cantidad, puede parecer contradictorio que reducir opciones aumente el bienestar. Sin embargo, numerosos estudios lo confirman: un exceso de alternativas genera ruido, fatiga y frustración.
Apostar por una toma de decisiones más simple, más conectada con lo personal y menos centrada en encontrar lo “óptimo” puede ayudar a mejorar la salud mental y la calidad de vida. En este sentido, elegir menos no es conformarse, sino decidir con más sentido.
*Oliver Serrano León es director y profesor del Máster de Psicología General Sanitaria de la Universidad Europea de Canarias, Universidad Europea
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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