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Más allá de ‘La Bestia’: migrantes buscan en la Central de Autobuses del Norte nueva ruta hacia EU
Más allá de ‘La Bestia’: migrantes buscan en la Central de Autobuses del Norte nueva ruta hacia EU
Los migrantes instalaron un campamento en la Central de Autobuses del Norte en la Ciudad de México. Foto Manu Ureste
10 minutos de lectura

Más allá de ‘La Bestia’: migrantes buscan en la Central de Autobuses del Norte nueva ruta hacia EU

Migrantes con el pre-registro en la app de CBP One del gobierno de EU están a la espera en la Central de Autobuses del Norte en la Ciudad de México para poder ahorrar y comprar los boletos del autobús que los lleve a Monterrey y luego a Estados Unidos.
13 de octubre, 2023
Por: Manu Ureste
@ManuVPC 

Es un camellón de tierra estrecho, de apenas unos tres metros de ancho, que está junto a un changarro callejero de tortas y tacos para llevar, y dos carreteras también estrechas repletas de baches que dan acceso y salida a ruidosos autobuses que emanan bocanadas de humo negro. Ahí, a un costado de la Central del Norte de la Ciudad de México, decenas de carpas pequeñas se levantan amontonadas en fila para proteger a sus ocupantes del corrosivo sol de la mañana, de las fuertes lluvias de la tarde, y del intenso frío de la noche. 

Alrededor del improvisado campamento, en mitad del vocerío de vendedores ambulantes, llanto de bebés, música salsa a todo volumen, y del pesadísimo tráfico del mediodía en la ciudad, decenas de migrantes venezolanos y alguno que otro nicaragüense, hondureño, guatemalteco y haitiano, platican entre ellos bajo la sombra raquítica que ofrecen unos árboles, al tiempo que algunos tratan de limpiar las hojas muertas que dejó el fuerte viento y la lluvia de la noche anterior y que le dan al campamento un aspecto sucio y algo desolado. 

Sentado en una banqueta, frente a la fila de taxis de la Central del Norte y junto a otro migrante que hace modernos cortes de cabello a cambio de 50 pesos con una maquinilla que funciona a pilas, el venezolano Édgar, 27 años, pants negros, tenis Jordan de fayuca y una sudadera con gorro verde clara, explica que está esperando a un compañero para salir a buscar trabajo. Hace apenas unos días que renunció al que tenía como mozo de un almacén, donde asegura que trabajaba sin papeles 12 horas cargando pesadas cajas a cambio solamente de 270 pesos la jornada. 

—No jodas, chico, con eso no te alcanza ni para la comida del día —lamenta con una sonrisa cansada que le deja a la vista unos dientes perlados y perfectamente delineados. 

Édgar lleva varias semanas en el campamento. Está reuniendo algo de “plata” para comprar un boleto de bus y volver a intentar cruzar la frontera y entregarse a las autoridades de Estados Unidos en busca de asilo. Sería su segunda vez, luego de que en agosto pasado esas mismas autoridades lo tuvieron retenido cuatro días en un centro de Texas y sin explicación alguna decidieron regresarlo a México, donde las autoridades migratorias no lo deportaron a su país, pero sí lo regresaron a la ‘casilla de salida’: a Villahermosa, Tabasco, a casi 1 mil 500 kilómetros del ansiado norte. Se trata de una de las ‘tácticas’ habituales (y violatorias de derechos humanos) del Instituto Nacional de Migración para desalentar a los migrantes y que ellos mismos vayan por su propio pie hasta la frontera sur para ‘autodeportarse’ de México.

Cuestionado sobre por qué tantos migrantes como él están acampando ahora en las inmediaciones de la central camionera, así como en la explanada donde hay una boca del Metro justo enfrente de la entrada a la terminal, el joven encoge los hombros.

Los migrantes esperan en la central camionera poder conseguir dinero para comprar boletos de autobús. Foto: Manu Ureste
Los migrantes esperan en la central camionera poder conseguir dinero para comprar boletos de autobús. Foto: Manu Ureste

Lee: Camión con 55 migrantes venezolanos se vuelca en autopista Oaxaca-Cuacnopalan; hay 16 muertos

En primer lugar, explica que los albergues de la capital “están a full de llenos” y no hay cupo, o cuesta mucho alcanzar un hueco bajo techo. Además de que en esos albergues, tal y como documentó Animal Político en el caso del refugio de la alcaldía Cuauhtémoc, hay que salir igualmente a la calle a buscarse la vida para comer algo, pues no ofrecen alimentos y en algunos casos tampoco agua para bañarse o lavar la ropa.

Y en segundo lugar, agrega Édgar, porque las autoridades de migración pusieron de nuevo el cerco al tren conocido como ‘La Bestia’ para que nadie suba, o le cueste mucho hacerlo. Por eso, recalca, muchos migrantes ya no se están yendo tan en masa como hace unas semanas a Huehuetoca, el municipio mexiquense a unos 60 kilómetros donde se se suben al tren, sino que están optando por la Central del Norte con la esperanza de subir a un bus que los deje en Monterrey, para de ahí lanzarse a Piedras Negras, en Coahuila, y de ahí a Eagle Pass, Estados Unidos.

Pero claro, matiza el venezolano con otra sonrisa cansada, subir al bus, si bien no es tan peligroso como treparse a los hierros de La Bestia, tampoco es una tarea fácil. 

Primero, enumera de nuevo Édgar, porque no a cualquiera lo dejan subir.

—Necesitas probar que estás registrado en la CBP One —explica, haciendo referencia a la app que el gobierno de Joe Biden sacó para que las personas puedan realizar su solicitud de asilo vía electrónica y ahí mismo se les otorgue una cita para presentarse en suelo estadounidense y analizar el caso. “Sin eso, no te venden el boleto”, insiste el migrante.

Animal Político recorrió varios stands de compañías de transporte terrestre al interior de la Central, y ahí explicaron que, en efecto, se necesita presentar el “pre-registro” en la app, independientemente de cuál sea la nacionalidad del migrante, más una identificación oficial.  

Y aún así, dice el venezolano con el ceño fruncido, los boletos también son muy limitados.

—Te venden 6, 7, 8, a lo sumo 10 boletos. El resto es solo para los mexicanos.

Además, todo lo anterior puede ser válido, o no, en función de la persona que esté al frente del mostrador, de su humor, de las indicaciones de la compañía, o incluso de los prejuicios raciales.

—Otras veces te dicen que no, que además del pre-registro necesitas que si el pasaporte sellado, que si la tarjeta de visa humanitaria, que si la cita ya programada, y no sé cuántas vainas más. 

Y luego está el tema económico, claro. Aproximadamente, un boleto a Monterrey sale en unos 1 mil 500 pesos por persona, y la mitad del costo para los niños. Como prácticamente la gran mayoría de los migrantes venezolanos y haitianos que llegan a la terminal vienen con al menos dos menores, o incluso tres, cuatro y hasta cinco, el gasto para las familias se dispara considerablemente. 

Por ello, en otro camellón estrecho que hay entre el campamento migrante, el changarro callejero de comida y la fila de taxis, se escucha a otro joven migrante venezolano que, con un mazo de tarjetas en la mano, vocifera que por fuera de la terminal hay otros autobuses que, sin tantas exigencias burocráticas, van para el norte a cambio de 1 mil pesos; 500 menos que el precio convencional. Al ser compañías desconocidas —en una de las tarjetas que reparte el joven se ve un autobús sin logo alguno y un número de whatsapp que reza ‘servicio de paquetería’ a Monterrey-Torreón-Ciudad Juárez— hace que muchos migrantes desconfíen del servicio. 

—Mira pana, te subes a ese bus, y quién sabe dónde aparezcas —suelta una carcajada el venezolano mientras se despide para salir, un día más, a buscar el trabajo que lo ayudará a buscar el norte.

Las carpas que instalaron los migrantes en la Ciudad de México. Foto: Manu Ureste
Las carpas que instalaron los migrantes en la Ciudad de México. Foto: Manu Ureste

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“Lloro de desesperación cuando no tengo nada para darle de comer a mi hijo”

—¿Usted sabe si está prohibido estar aquí pidiendo con los niños? 

La pregunta la hace con cara exhausta de no haber dormido en toda la noche Juana, una hondureña de 28 años que se encuentra con sus dos hijos, una niña de 10 años y un niño de 6, pidiendo unas monedas o algo para comer en las escaleras de la estación del Metro que desemboca justo delante de la Central del Norte. 

Muy cerca de ella, a un costado de las escaleras, los venezolanos Jorge, de 30 años, y Bryan, de 33, se desgañitan gritando para ofrecer el platillo nacional por excelencia de su país: “¡Hay arepa, papá!, ¡Hay arepa!, ¡Llévate la de pollo por 40 pesos!”. 

Juana los mira sin ponerles demasiada atención. Está más pendiente de una señora menuda, con lentes y pelo recogido en una cola, que porta un chaleco reflectante de color naranja y que avisa a los migrantes que están sentados en unas bancas que, pasando de unos pilotes de concreto amarillos que están a unos pocos pasos de la boca del Metro, no pueden poner tiendas de campaña, ni dormir, ni vender comida. 

Por eso la pregunta con cara de angustia de Juana, porque cree que ella y sus hijos pueden estar haciendo algo indebido y porque ve agentes de migración hasta en la señora menuda que no tiene ninguna autoridad para pedirle unos documentos que, obviamente, no tiene.

Aunque quien la espanta más, murmura sin quitar el ojo de su hija que recibe unas monedas en la mano de un viandante, son los dos agentes de la Guardia Nacional que, a lo lejos, pasean por el interior de la central camionera. Le traen malos recuerdos, dice cohibida y francamente asustada; por retenes pasados allá abajo, en la frontera sur de México, donde como la gran mayoría de los migrantes tuvo que pagar su cuota de extorsión para poder continuar con el camino. 

—Lo que más miedo me da es que venga la policía y me los quiera quitar —apunta ahora con la barbilla hacia su otro hijo, que también tiene cara de sueño y está sentado en la banca con ambos brazos estrujándose el regazo. Esta mañana no ha desayunado aún. 

—Los tengo aquí porque no tengo dinero para llevarlos a una pensioncita, o a un cuarto. Viera usted la tristeza que me da cuando mi niño me dice: ‘mami, tengo hambre’ y yo sin nada para darle de comer. ¡Já! Hasta a llorar me pongo aquí en medio de toda la gente por la desesperación. 

Lee: “Mi miedo era ir al hospital y que Migración me devolviera”: la venezolana que entró en labor de parto sobre el techo de un tren de La Bestia en México

Tras contener el llanto como puede, Juana explica que ella, como los migrantes venezolanos y haitianos que la rodean —cruzando el Eje central Lázaro Cárdenas una pareja de venezolanos que migran con un bebé en carriola observan con el gesto perdido el continuo transitar de los camiones que salen de la central—, también quiere reunir algo de dinero para comprar los pasajes del autobús hacia Monterrey. Pero ella no está registrada en la app del gobierno estadounidense para que analicen su caso —asegura que huye de las pandillas, de las Maras, que buscan reclutar a la fuerza a sus dos hijos—, y eso hará que sea prácticamente imposible abordar el autobús. Por ello, dice apesadumbrada que aún no descarta agarrar una combi que la lleve a Huehuetoca en busca de ‘La Bestia’. 

—Queremos subir al bus, pero a ver qué dice Dios, porque sabemos que el problema es que te piden papeles para subir, y nosotros no tenemos. 

Por el momento, Juana y sus dos niños pasarán la noche en el improvisado campamento que los migrantes levantaron a un costado de la central. Dormirán al raso porque no tienen tienda, pero al menos, dice la mujer, se sentirán más protegidos junto al resto de migrantes. 

Enfrente de la explanada que da acceso al Metro hay un largo pasillo con ventanales y varias puertas para entrar a la Central del Norte. Sentados en las repisas de los ventanales están descansando Pedro y Lucía, ambos venezolanos y ambos de 28 años. Junto a ellos, haciendo travesuras y correteando de aquí para allá, están sus tres hijos de 9, 7 y 5 años. 

—El camino por México ha sido durísimo —se arranca Lucía nada más al ver una grabadora—. La policía te extorsiona a cada rato. ¡Te quita el dinero de los bolsillos! —exclama ahora con los ojos negros muy abiertos—. Y si tú, por ejemplo, les dices, no mira, es que solo tengo 200 pesos y te registran y encuentran más… ¡huy no! Entonces te quitan todo el ‘real’ que llevas encima y encima te mandan de vuelta para atrás. 

—¡Ni el camino por la selva fue tan duro como todo lo que hemos pasado en México! —interviene Pedro, que viste unos pantalones cortos deportivos, unas sandalias con calcetines, y unas gafas de sol. 

Pero ahora, al menos, ya están algo más ‘establecidos’. El plan, aseguran al unísono, es encontrar uno de los hoteles baratos que brotan por las inmediaciones de la central para que al menos Lucía y los niños duerman resguardados, mientras Pedro se buscará la vida en unos cartones con la compañía de un primo. Ellos, dice el venezolano con una amplia sonrisa de alivio, ya tienen el pre-registro en la app de la CBP One, y están a la espera de poder sacar un dinero que les mandaron para poder comprar los boletos del autobús que los lleve a Monterrey. 

—El tren es demasiado peligroso, especialmente por los niños —dice Lucía, mientras reconduce entre risas a su niño de 7 años que está empeñado en meter una galleta en la boca del periodista que los entrevista. 

—Por eso vamos a intentar subir al norte en autobús, hasta Monterrey y de ahí para Piedras Negras. Ese es ahora mismo nuestro plan y nuestra esperanza de cruzar a Estados Unidos —concluye la venezolana. 

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Imagen BBC
“La comida no nos dura ni un mes”: estadounidenses se preparan para los recortes de Trump a programa de ayuda alimentaria
7 minutos de lectura

Alrededor del 16% de los habitantes del West Virginia -que votaron en masa por Trump- dependen de un programa federal de subsidios alimentarios que se enfrenta a grandes recortes.

01 de julio, 2025
Por: BBC News Mundo
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Elizabeth Butler va de un supermercado a otro en su ciudad natal, Martinsburg, West Virginia, para asegurarse de que consigue el mejor precio en cada artículo de su lista de la compra.

Junto con 42 millones de estadounidenses, paga esos alimentos con subsidios federales. Ese dinero no cubre toda la factura de su familia de tres miembros.

“La comida no nos dura ni un mes”, dice. “Voy a todos estos sitios diferentes sólo para asegurarme de que tenemos comida suficiente para todo el mes”.

Pero ese dinero podría acabarse pronto, ya que el Congreso se prepara para votar lo que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha acuñado como su “gran y hermosa ley”.

El programa de subsidios alimentarios que utiliza la señora Butler -llamado Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria, comúnmente conocido como SNAP- es una de las muchas partidas en el bloque de recortes, mientras el Congreso trata de conciliar las demandas aparentemente contradictorias del presidente de bajar los impuestos y equilibrar el presupuesto.

El Senado debe votar su versión del proyecto de ley pronto. Si se aprueba, se someterá a votación en la Cámara de Representantes, momento en el que se enviará a Trump para que la firme.

El presidente ha presionado a las dos cámaras del Congreso, que controla el Partido Republicano, para que aprueben la ley antes del 4 de julio.

La política detrás del recorte del SNAP

SNAP ofrece a los hogares con bajos ingresos, incluidos los estadounidenses adultos mayores, las familias con niños y las personas discapacitadas, dinero cada mes para comprar alimentos.

En West Virginia, uno de los estados con mayor índice de pobreza, el 16 % de la población depende de esta prestación.

El estado es también un bastión republicano fiable y votó abrumadoramente a Trump en noviembre de 2024, cuando se presentó con la promesa de reducir el coste de la vida de los estadounidenses, incluido el precio de los comestibles.

“Cuando gane, bajaré inmediatamente los precios, empezando el primer día”, dijo en una rueda de prensa en agosto rodeado de alimentos envasados, leche, carnes y huevos.

Beneficiarios del programa SNAP de Estados Unidos.
BBC
Summer (izq.) y Jordan son beneficiarios del programa SNAP.

Meses después de que el presidente hiciera esa promesa, los precios de los comestibles de compra habitual, como el zumo de naranja, los huevos y el tocino, son más altos que en la misma época del año pasado.

Es un hecho que no ha pasado desapercibido para Butler: “El presidente aún no ha cambiado los precios de los alimentos y prometió a la gente que lo haría”.

Trump ha argumentado, sin dar una explicación de cómo, que los recortes de gastos en el proyecto de presupuesto de 1,000 páginas ayudarán a bajar los precios de los alimentos: “El recorte va a dar a todo el mundo mucha más comida, porque los precios están bajando mucho, los comestibles están bajando”, dijo Trump cuando se le preguntó específicamente sobre los recortes al SNAP.

“La ‘gran y hermosa’ ley fortalecerá en última instancia SNAP a través de medidas de reparto de costos y requisitos de trabajo de sentido común”, dijo un funcionario de la Casa Blanca a la BBC.

Los republicanos llevan mucho tiempo divididos sobre cómo financiar programas de bienestar social como SNAP y Medicaid. Mientras que muchos piensan que el gobierno debe dar prioridad a equilibrar el presupuesto, otros, especialmente en las regiones empobrecidas, apoyan los programas que ayudan directamente a sus electores.

En su versión actual, los republicanos del Senado proponen recortes por un valor de US$211.000 millones, y los Estados serán en parte responsables de compensar la diferencia.

En teoría, aprobar el proyecto de ley debería ser una tarea política fácil, ya que los republicanos controlan ambas cámaras del Congreso y la Casa Blanca.

Pero como el proyecto de ley incluye recortes en programas como SNAP y Medicaid, que son populares entre los estadounidenses de a pie, vender el proyecto a todas las facciones del Partido Republicano no ha sido tarea fácil.

Donald Trump en una de sus actividades de campaña en que prometió bajar el precio de los alimentos durante su administración.
Getty Images
Donald Trump en una de sus actividades de campaña en que prometió bajar el precio de los alimentos durante su administración.

“Si no tenemos cuidado, la gente va a salir lastimada”

En las últimas semanas se han filtrado informes sobre la frustración y los disensos privados sobre los potenciales recortes a Medicaid y SNAP, develando la lucha interna que se está librando al interior del Partido Republicano.

El senador por West Virginia, Jim Justice, dijo al medio Politico en junio que ha advertido a sus camaradas republicanos que recortar el SNAP podría costarle al partido su mayoría en el Congreso cuando los electores vuelvan a las urnas en 2026.

“Si no tenemos cuidado, la gente va a salir lastimada, la gente se va a disgustar. Va a ser el tema número 1 en los noticieros centrales por todas partes”, dijo Justice.

“Y entonces, bien podríamos despertar a una situación en este país en la que la mayoría se convierta rápidamente en minoría”.

Una encuesta reciente de la agencia Associated Press y NORC Center for Public Affairs Research, reveló que el 45 % de los estadounidenses piensan que los programas de asistencia alimentaria como el SNAP están subfinanciados, mientras que sólo el 30% piensa que los niveles de financiamiento son los adecuados. Cerca de un cuarto de los encuestados consideraron que los programas están sobrefinanciados.

Esta no es la primera vez que el partido se enfrentado a los recortes al SNAP, dijo Tracy Roof, profesor de la Universidad de Richmond que actualmente está escribiendo un libro sobre la historia política del SNAP.

Bajo la administración de Biden, el Congreso permitió que se eliminaran progresivamente las prestaciones ampliadas que se habían puesto en marcha durante Covid, a pesar de que tanto republicanos como demócratas advirtieron de que los estadounidenses podrían pasar hambre.

“Una de las características del SNAP es que cuenta con apoyo bipartidista, más que cualquier otro programa contra la pobreza”, declaró la profesora Roof a la BBC.

Pero esta vez es diferente.

El senador por West Virginia, Jim Justice.
Getty Images
El senador por West Virginia, Jim Justice, ha advertido a sus camaradas republicanos que recortar el SNAP podría costarle al partido su mayoría en el Congreso.

“Una cosa que distingue este periodo de los anteriores esfuerzos por recortar programas de ayuda social ha sido la disposición de los legisladores republicanos para votar a favor de cosas respecto de las que aparentemente, de manera extraoficial, tienen muchas preocupaciones”, dice. “Antes siempre había republicanos moderados, sobre todo en el Senado, pero en ambas Cámaras, que resistían hacer concesiones”.

Ella atribuye esa sumisión a dos cosas: el miedo a molestar a Trump y el poco temor a la reacción negativa del público por parte de los representantes que ocupan escaños en el Congreso en los que pueden ser reelegidos con facilidad

La BBC se puso en contacto con el congresista Riley Moore, que representa a Martinsburg, West Virginia, sobre los impactos de los recortes para sus electores, pero no respondió.

Moore votó a favor del proyecto inicial de la Cámara, que incluía los recortes al SNAP.

El senador de Missouri Josh Hawley, que había sido uno de los más críticos con los recortes, se ha suavizado desde entonces: Hawley declaró al medio de comunicación NOTUS que “siempre ha apoyado” la mayoría de los recortes de Medicaid y que “estaría bien” con la mayor parte de lo que contiene el proyecto de ley.

“Lo único que nos ha mantenido con vida a mí y a mi familia”

Padre de dos, Jordan, quien ha pedido que su apellido no sea usado en este artículo, ha sobrevivido los últimos tres años por los beneficios del SNAP.

Él y su esposa obtienen cerca de US$700 mensuales para alimentar a su familia de cuatro, pero aun así pasan apuros.

El joven de 26 años dice que su esposa ha tenido dificultades para encontrar un trabajo y al mismo tiempo cuidar de los dos hijos que tienen, por lo que si los cambios al programa SNAP impactan a su familia ya está preparado para actuar y conseguir un segundo trabajo.

Jordan de pie en una calle.
BBC
Jordan, uno de los beneficiarios del programa de apoyo alimentario SNAP.

“Me aseguraré de hacer lo que sea necesario para alimentar a mi familia”, dice.

Él y otros ciudadanos de West Virginia están siguiendo de cerca lo que ocurre con la ley en el Congreso.

Cameron Whetzel, de 25 años, creció en una familia que dependía del SNAP. Pero cuando él y su mujer intentaron solicitar el beneficio, se enteró de que ganar 15 dólares la hora era demasiado para poder optar a él, dijo.

“No está bien que tenga que duplicar mi salario para poder comprar alimentos”, dijo Whetzel, y añadió: “Llevamos cuatro meses sin comprar huevos porque son demasiado caros”.

Está frustrado, dice, porque las autoridades en Washington no entienden los impactos de los recortes que están respaldando en el Congreso.

“Hacer un recorte federal que luego recaiga en el Estado, que ya está en apuros, es como dar una patada a un caballo en el suelo”, afirma Whetzel. “Tanto si se cree en un gobierno pequeño como si se cree en un gobierno grande, el gobierno tiene que proveer a alguien, de alguna manera”.

*Con información adicional de Bernd Debusmann Jr

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