
Ataviado en un traje blanco bordado en colores y símbolos que representan el universo de lo sagrado, Mario Muñoz Cayetano, de expresión afable y mirada profunda, habla sobre la importancia de generar un decreto presidencial para la protección legal de territorios sagrados.
“Para nosotros la naturaleza es una iglesia grande, grandísima, pero no necesitamos cemento, ni una construcción para respetarla. Un cerro, una cueva, un ojo de agua, un río, rocas, montañas… para nosotros son templos”, dice Muñoz, presidente emérito de la Unión Wixárika de Centros Ceremoniales de Jalisco, Durango y Nayarit A.C., una organización integrada únicamente por los Wixaritari, que vela por la conservación y protección de los sitios sagrados.
Pero la lucha por resguardar estos lugares sagrados del pueblo Wixárika continúa, frente a las amenazas de proyectos extractivos y una falta de ejecución en las protecciones que ya existen. Un decreto firmado en agosto por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pueder ser el comienzo de un nuevo esfuerzo legal para preservar estos sitios sagrados.

Datos oficiales indican que 23.2 millones de personas en México pertenecen a pueblos originarios. Muñoz pertenece a la nación Wixárika, uno de los 71 pueblos originarios del país, situado al occidente de México. Los Wixaritari habla uno de los idiomas más antiguos de Mesoamérica, con aproximadamente 60,263 exponentes distribuidos principalmente en los estados de Durango, Nayarit, Jalisco, Zacatecas y San Luis Potosí. Habitan en territorios de tenencia colectiva. Conservan una organización social y política propia, así como su indumentaria tradicional que es parte de su identidad.
La leyenda de la comunidad Wixárika cuenta que las deidades que formaron la tierra salieron de Tatéi Haramára (El océano Pacífico) de donde surge la vida, y durante su trayecto se convirtieron en montañas, cuerpos de agua, viento, fuego —todo lo que permite la vida en el planeta y crearon el mundo. Los sitios donde se detuvieron se convirtieron en templos naturales donde los Wixaritari acuden para orar desde tiempos ancestrales. Al trazar una línea entre estos cinco principales lugares sagrados se forma la Geografía Sagrada, una imagen importante para los Wixaritari, conocida en español como “el ojo de Dios”.
Un estudio realizado por la Universidad del Estado de Arizona “señala que el paisaje Wixárika es mucho más que un entorno para extraer recursos económicos; es, sobre todo, una morada, una entidad social cuyos elementos actúan conscientemente y, además, una fuente clave de la identidad social”.
En 1991, entró en vigor en México el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, una agencia de la Organización de las Naciones Unidas, sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes. En el convenio, el Estado se compromete a adecuar su legislación y desarrollar acciones para respetar y salvaguardar las tierras y territorios de los pueblos originarios que tienen en posesión y las tierras que utiliza para fines culturales o de sobrevivencia.
A pesar del compromiso adquirido bajo el Convenio 169 de la OIT, conforme pasa el tiempo, los Wixaritari cada día se preocupan más por la conservación de la naturaleza.
La colonización actual de los territorios sagrados por proyectos mineros, turísticos, agroindustriales y otros, llevó a la nación Wixárika a la capital del país en marzo de 2022 para hablar con el mandatario Andrés Manuel López Obrador. Ahí se planteó la inminente necesidad de activar nuevos mecanismos legales para la conservación de sus territorios sagrados.

Atendiendo al llamado, el gobierno federal solicitó al pueblo Wixárika la elaboración de un Plan de Justicia donde se incluyó una propuesta de Decreto Presidencial para la protección de los cinco principales sitios sagrados — los cuales se relacionan con los cuatro puntos cardinales y el centro, situados en los estados de Nayarit, Jalisco, Durango, y San Luis Potosí, que junto con Zacatecas, integran la Geografía Sagrada. A la propuesta se sumaron las comunidades de O´dam, Náyeri y Mexikan, quienes comparten hábitat y territorio sagrado con los Wixaritari.
El presidente López Obrador firmó el decreto el 9 de agosto de 2023.
El decreto reconoce más de 384 hectáreas sagradas. Y el artículo 4to establece que los sitios sagrados y sus rutas de peregrinación “no serán objeto de nuevas concesiones o permisos reslacionados con la minería u otras industrias que los afecten o deterioren”.
Al respecto, el Dr. Jorge Luis Marín García, experto en sustenabilidad y desarrollo comunitario y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de la Universidad Autónoma de Nayarit, explica, que es importante que los pueblos originarios tengan certeza jurídica para poder decir que el Estado mexicano reconoce plenamente sus derechos. La visión de la nación Wixárika y de los pueblos originarios de México y del mundo se encuentra relacionada con entender el planeta como una gran casa y si no se cuida, se termina, añade.
Leer más | En 2022, mataron en México a 31 defensores del medio ambiente; al menos 16 eran indígenas

Por su parte, Othón Yaroslav Quiroga García, director del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Nayarit, explica que la institución participa en la elaboración de la ruta Wixárika basada en los cinco principales lugares sagrados. Se pretende presentar la ruta ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y elevarla a patrimonio de la humanidad.
Desde el aspecto instrumental se elaboró un catálogo de sitios sagrados donde se propone incluir planes de manejo y una guía nacional, “para que las obras de infraestructura en estos lugares sagrados resulten con pertinencia cultural y con respeto a sus derechos”, como sucede actualmente con los sitios arqueológicos en México, explica Quiroga.
Maximino González Salvador, encargado hasta febrero de 2023, de la oficina del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas en Nayarit, una agencia federal, comenta que el gobierno federal evalúa la posibilidad de indemnizar o incluso de expropiar los territorios sagrados, en caso de que la propiedad se encuentre en posesión de privados.

La elaboración de la propuesta del decreto no fue sencilla; durante un año los Wixaritari, acompañados de diversas instituciones gubernamentales — la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, la Comisión Nacional del Agua, el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, entre otras — han identificado, caracterizado y georreferenciado cada uno de los lugares sagrados.
Durante los recorridos, Concepción Miguel Martínez, representante de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas durante la elaboración del Plan de Justicia, comprendió que, Wixárika es un pueblo milenario que diseñó rutas de peregrinaje que podían durar un mes, saliendo de lo que ahora es el estado de Jalisco hasta llegar a San Luis Potosí. “Con el tiempo estos viajes se han hecho imposibles por la posesión de las tierras porque se han construido cercos, instalaciones privadas que ya no permiten transitar libremente, fragmentando las rutas de peregrinaje”, dice.
“Ancestralmente nuestros límites territoriales marcaban hasta Durango, Monterrey, Estado de México, Colima, Sinaloa. Eso nos pertenece, pero no lo tenemos, nos lo quitaron”, dice Muñoz, el presidente emérito de la Unión Wixárika.

Para el pueblo Wixárika, el problema viene desde la colonia, cuando los colonos se adjudicaron la propiedad de la tierra resguardados por la Corona española. Posteriormente la Iglesia católica se apropió de la tierra y después el Estado mexicano, quien, a través de instituciones como la actual Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, otorga la posesión a terceros.
Tatéi Haramára, el lugar sagrado que representa el origen del mundo, conocido por personas de otros orígenes como la Isla del Rey, situada frente al embarcadero del puerto de San Blas, en Nayarit, fue cedido a un grupo de personas de ascendencia europea que viven en San Blas a través de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, relata Puwari-Álvaro Ortiz López, asesor cultural de la Unión Wixárika de Centros Ceremoniales.
En enero de 2023, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales arribó a la isla de Tatéi Haramára para medir el área solicitada para el decreto, pero la propuesta original no se respetó, dice Ortiz.
“Estaban midiendo solamente una franja de la isla y les pregunto: ¿Por qué vienen a medir una franja si la propuesta en el Plan de Justicia es que por lo menos nos devuelvan toda la isla?”, dice Ortiz, siendo que hay otras islas que también consideran sagradas pero no estarán incluidas en el decreto. Ante su cuestionamiento, cuenta Ortiz, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales respondió que ese fue el acuerdo que se hizo entre instituciones. Ortiz explica que se han presentado problemas similares en cada uno de los lugares sagrados.
Hasta el cierre de la editorial, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales no concedió una entrevista a Global Press Journal.
Para los Wixaritari el punto álgido del tema se encuentra precisamente en la respuesta que dicen proporcionó la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Es decir, las decisiones se toman justamente a partir de acuerdos entre instituciones y sin atender el planteamiento de la nación Wixárika, dice Ortiz.

“No coincidimos con el Estado mexicano, quienes crean leyes donde no prevalece la justicia, generando injusticia para los pueblos originarios”, dice Ortiz. “Crean leyes que los hacen creer que son los dueños”.
En el Decreto para Tatéi Haramára (la Isla del Rey) fueron reconocidas poco más de 30 hectáreas. La isla en total es alrededor de 98 hectareas.
Para los Pueblos Originarios, cuestionar el rol del aparato de Estado trasciende el momento actual porque en general, la Constitución mexicana se considera rezagada frente a países como Ecuador, donde en 2008 se elevaron a rango constitucional los derechos de la naturaleza.
El 22 de agosto, durante la instalación de la comisión presidencial responsable de garantizar los derechos reconocidos en el decreto, Virginia Flores representante del pueblo O´dam, dirigiéndoselo a la Secretaria de Gobernación, recuerda que hay un tema pendiente: la reforma a nivel constitucional pide que se “impulse y se haga realidad”.

“Tatei Yurienaka, no es ninguna diosa,” dice Ortiz, usando el nombre que utiliza la nación para referirse a lo que en otras culturas se podría entender como naturaleza. “Es nuestra madre naturaleza y como madre tiene derechos”.
Esta historia fue publicada originalmente en Global Press Journal.
Global Press Journal es una premiada publicación de noticias internacional sin fines de lucro con más de 40 agencias de noticias independientes que da empleo a reporteras locales en África, Asia y América Latina.

Cuenta la leyenda que el río Santiago se tragaba las canoas de cualquiera que intentara explorarlo. Ahora, una comunidad indígena está descubriendo especies sorprendentes en sus aguas.
Nos subimos a una canoa de madera que se mecía sobre las aguas turbias del río Santiago, listos para visitar uno de los ecosistemas menos conocidos de la región amazónica.
Hasta hace poco, los científicos desconocían incluso qué clase de peces habitan esta parte del río, porque nunca había sido estudiada.
Ahora, tras dos días de viaje en buses y camiones desde Quito, Ecuador, la fotógrafa Karen Toro y yo nos acercábamos a nuestro destino: Kaputna, una comunidad indígena que ha descubierto nuevas especies de peces.
Rodeada de una selva virgen donde los jaguares, pecaríes y pumas todavía reinan con tranquilidad, Kaputna es una localidad en la ribera del río Santiago con 145 habitantes que son miembros de los shuar, una de las 11 naciones indígenas que viven en la Amazonía ecuatoriana.
A pesar de que Ecuador es considerado un punto central para la biodiversidad de peces de agua dulce, un grupo de científicos advirtió en 2021 que la falta de información sobre sus especies era “pasmosa” y que se necesitaba de manera urgente realizar más investigaciones.
Un grupo de residentes de Kaputna ha ayudado a llenar ese vacío, al descubrir una gran cantidad de peces que viven escondidos en el río, camuflados por las sombras marrones y plateadas, con bocas especialmente adaptadas para alimentarse de las rocas bajo el agua.
Gracias a los esfuerzos de monitoreo llevados a cabo entre 2021 y 2022, que combinaron conocimiento científico y tradicional, la comunidad indígena logró identificar cerca de 144 especies de peces en el río Santiago.
Cinco de ellas ya habían sido identificadas en otros países, pero nunca en Ecuador. Una de las especies todavía está siendo estudiada y podría ser totalmente nueva, de acuerdo a los biólogos que participaron en la investigación.
Algunos pescadores de Kaputna, como Germán Narankas, fueron como coautores del artículo científico que fue publicado con los hallazgos.
“Su conocimiento del territorio es esencial para descubrir las nuevas especies”, le dice a la BBC Jonathan Valdiviezo, un biólogo que participó en el análisis de muestras.
Para Fernando Anaguano, el autor principal del estudio y biólogo de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés) que acompañó a Kaputna durante todo el proceso, el estudio marca un cambio trascendental en la forma en que los científicos trabajan con y reconocen a los colaboradores locales.
“No es usual que el trabajo de la gente local sea reconocido en las publicaciones científicas”, anota.
Las leyendas locales dicen que, antes de que aparecieran los botes a motor, la gente que se embarcaba por la parte baja del río desaparecía.
Un hoyo se “tragaba” las canoas y quienes venían de fuera nunca lograban llegar a la comunidad. Esta es la razón por la que esta zona se llama Kaputna, que significa “área donde el río fluye rápidamente”, de acuerdo con quienes viven allí.
Para llegar, tuvimos que conducir durante 10 horas desde Quito hasta Tiwintza, una localidad amazónica en la frontera con Perú.
A la mañana siguiente, Germán Narankas, un pescador de Kaputna, nos esperaba en la terminal de buses con su red de pescador que llevaba en la espalda.
“Hoy el calor va a ser infernal. No ha llovido en tres días”, nos advirtió, mientras se arremangaba para evitar quemarse con el sol. A las 09:00, la temperatura ya era de 35°C (95°F).
Emprendimos en camión un trayecto de 40 minutos hasta el puerto de Peñas, en el río Santiago, donde nos esperaba amarrada la canoa de Narankas, moviéndose por la fuerte corriente del río.
Las canoas equipadas con motores a gasolina, conocidas como peque-peques, son el único medio de transporte para llegar a Kaputna.
Narankas conoce el río Santiago como la palma de su mano. Incluso antes de hacer parte del proyecto de monitoreo científico, estaba familiarizado con los distintos tipos de peces que habitan el río.
En 2021, cuando comenzó el proyecto, aprendió a identificar las diferencias entre las especies y comenzó a llamarlas por sus nombres científicos.
El hombre recuerda que en 2017 vio una señal. Para los shuar, el río es más que un cuerpo de agua o una vía de acceso. En sus riberas se acostumbra a realizar el ritual de la ayahuasca, en el que se consume la planta también conocida como yagé. Los shuar creen que las visiones que esta produce revelan el futuro y guían las acciones de quienes la toman.
“Tuve sueños de que iba a cambiar el sistema. En las visiones, había un hombre que viajaba a otros países, y era yo, viajando con este proyecto. No lo sabía entonces”, dice.
Cuatro años más tarde, en 2021, los investigadores de la oficina de la WCS en Ecuador le pidieron ser parte del estudio enfocado en el descubrimiento de la biodiversidad del río Santiago.
Narankas y otros miembros de la comunidad recolectaron peces, les tomaron fotos y las subieron una aplicación llamada Ictio junto a otros datos importantes como la ubicación donde los habían capturado, el equipo de pesca que habían utilizado y las características de los animales.
“Había por lo menos tres de esos peces que nunca había visto en mi vida”, dice.
Durante el recorrido por el río, el sonido de los grillos ahogaba bajo el ruido del motor. A medida que nos interábamos en la selva, el agua se iba volviendo más cristalina.
“Hemos llegado al río Yaupi”, anunció Narankas. El Yaupi es uno de los afluentes del río Santiago, donde también se tomaron algunas muestras.
Este es el lugar de pesca favorito para los locales, porque las aguas son cristalinas y están libres de los residuos de la minería que han contaminado muchos otros ríos en la región del Amazonas.
En medio del follaje selvático, se divisan las banderas de Ecuador y Perú.
Narankas, su hermana Mireya y su hijo Josué se lanzaron al agua para pescar.
El pescador lanzó su red con todas sus fuerzas al río y luego la fue recogiendo lentamente para ver qué había logrado sacar: un pez al que él llama “carachama”, de unos 10 cm de largo.
Pertenece a la familia de los Loricariidae y esta especie en particular se llama Chaetostoma trimaculineum: un pez marrón, con algunas manchas oscuras y una boca redonda.
“Cerca de aquí encontramos una especie de pez que [los investigadores] dijeron que nunca había sido estudiado. Era muy parecido a esta carachama”, explicó Narankas.
El pez en cuestión era el Peckoltia relictum, una especie nueva en Ecuador. Mide aproximadamente 15 centímetros y usualmente se adhiere a las rocas.
Su boca es como una copa de succión y, en vez de escamas, tiene una especie de placas, una característica que distingue a las carachamas (Loricariidae).
Durante la investigación, Narankas y sus colaboradores también se llevaron algunos especímenes a una habitación en Kaputna, que funcionaba como un pequeño laboratorio donde medían y pesaban a los animales, les removían partes de sus tejidos con un bisturí y los preservaban en formaldehído.
“Fue muy emocionante aprender y recolectar información. Me siento un poco como una científica”, le cuenta a la BBC Liseth Chuim, una pescadora que hizo parte del monitoreo.
“Tomábamos un pedazo de su carne y le cocíamos un sello con su nombre y un número”, explica Johnson Kajekau, otro residente de Kaputna que apoyó al equipo de monitoreo.
Uno de los peces que más recuerdan los tres es una especie de bagre que medía más de un metro. También, uno que tenía la “panza amarilla” y otro de color plateado.
El biólogo de la WCS Fernando Anaguano y sus colegas se encargaron de recolectar las muestras y llevarlas a laboratorios en Quito.
Para los biólogos, la colaboración con los locales les permitió desbloquear un ecosistema que era un misterio para las personas de fuera de la comunidad.
“La cuenca del río Santiago es una de las menos exploradas. Hay muy pocos estudios que detallen la diversidad de peces que hay en ese lugar”, explica Anaguano, quien ha estado investigando peces de agua dulce por más de una década.
Lo atribuye a lo remoto de la región, las dificultades que había en el pasado para llegar hasta allí y también a que los peces de agua dulce con frecuencia han sido dejados de lado por los investigadores. Por lo general los investigadores se enfocan en grupos más “carismáticos” de animales, como los mamíferos o los pájaros y, cuando se estudian peces, por lo general se trata de especies marinas.
Sin embargo, señala Anaguano, los peces de agua dulce juegan un rol fundamental en los ecosistemas acuáticos y son fuente de alimento y recurso económico para las comunidades indígenas.
Hasta ahora, en investigaciones previas, se habían registrado cerca de 143 especies en un área extensa que incluye al río Santiago y sus afluentes por debajo de los 600 metros de altitud. Se le conoce como “zona ictiográfica de Morona Santiago” y tiene un área de 6.691 kilómetros cuadrados.
En comparación, el estudio con la comunidad Kaputna identificó un total de 144 especies en un área de apenas 21 kilómetros cuadrados dentro de esta zona. De esas especies, 77 no habían sido reportadas en las investigaciones anteriores del área de Morona Santiago.
La diversidad hallada en el estudio representa el 17% de todas las especies de peces de agua dulce en Ecuador (836) y el 20% de las registradas en la Amazonía ecuatoriana (725). Esto es un porcentaje muy significativo, considerando que el área de estudio donde estas especies fueron halladas es muy pequeña, según destaca Anaguano.
De hecho, la diversidad piscícola en la región amazónica es enorme.
Sus cuencas, localizadas en Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia, Brasil, Venezuela, Guyana y Surinam, tienen la mayor variedad de peces de agua dulce del mundo. Se han registrado hasta ahora 2.500 especies y se estima que hay miles más por descubrir.
Esos ríos también son el hogar de la migración más larga en el planeta: la del bagre dorado, que viaja por cerca de 11.000 kilómetros entre las estribaciones de los Andes hasta los estuarios del Amazonas, en el océano Atlántico.
Sin embargo, los peces de agua dulce como los de la Amazonía están gravemente amenazados. Según el informe del Índice Planeta Vivo (IPV) sobre peces migratorios de agua dulce, sus poblaciones han disminuido un 81% en los últimos 50 años. Y solo en Latinoamérica, incluso más: un 91%.
Anaguano explica que, más allá de la contribución de los peces para mantener el equilibrio de la vida en el planeta, estos animales forman parte de la cultura y la cosmovisión de los pueblos indígenas.
La seguridad alimentaria es otro problema. “Los peces son fuente de proteína de las comunidades locales”.
Por eso, a través de este tipo de investigación que incluye la perspectiva de los pescadores, buscamos no solo conservar los peces sino también garantizar la sostenibilidad de la pesca a largo plazo”, añade Jonathan Valdiviezo, biólogo del Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio), donde se procesaron y almacenaron las muestras del estudio.
Para Valdiviezo, que tiene más de 17 años de experiencia trabajando con peces, uno de los puntos cruciales del proceso fue la capacitación que recibieron los pescadores de Kaputna para etiquetar correctamente las muestras.
“Eso nos ayudó a evitar problemas al registrar la especie y confusiones”, afirma.
Aun así, el descubrimiento estuvo lleno de giros y sorpresas. Durante el análisis de tejidos, que incluyó análisis de ADN, los investigadores descubrieron que uno de los peces que creían que era nuevo para la ciencia ya había sido descrito en 2011.
“Cuando nos dimos cuenta de que esta especie era muy rara, extrajimos ADN de un pequeño fragmento de músculo”, explica Valdiviezo. Luego, compararon los resultados con el tejido de otras especies relacionadas registradas en su base de datos.
“Es similar al proceso que se utiliza para determinar la paternidad”, explica el biólogo. Ante la duda, enviaron una muestra a Canadá, donde confirmaron que se trataba de un ejemplar de Peckoltia relictum, un pez ya conocido.
Sin embargo, se trataba de una especie nueva para Ecuador, al igual que otras cuatro descubiertas como parte de esta investigación.
Ambos investigadores creen que aún queda una gran cantidad de especies por descubrir en las turbias aguas del Santiago. Por ahora, dice Valdiviezo, siguen analizando uno de los bagres encontrados, ya que creen que se trata de una especie nueva para la ciencia.
Su principal característica es que tiene rayas negras por todo el cuerpo. Anaguano comenta que esperan publicar un segundo artículo, coescrito por los pescadores de Kaputna, este año.
Sentadas en Kaputna al atardecer, bajo un cielo estrellado, le preguntamos a Narankas qué significaba para él ver su nombre en el artículo publicado. Se le llenan los ojos de lágrimas.
“Me siento orgulloso”, explicó sonriendo.
Pero el impacto ha sido aún más profundo. Después de esta experiencia, en agosto de 2025, el joven de 34 años regresó a la escuela secundaria. En un año y medio espera graduarse y luego estudiar biología para seguir desvelando los secretos del río Santiago, cuya historia de descubrimientos científicos apenas comienza.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.